
Rímac, Barrio Tradicional

Por: Raúl Alvarez-Russi
Callao, puerto mío
tu nombre en la historia
es cumbre de gloria y de tradición
por eso al brindarte, mi canción sentida
va en ella mi vida y mi admiración.
La Lima que Ricardo Palma inmortalizara en sus famosas tradiciones, la Lima que batalló contra el invasor, la Lima que Chabuca Granda adoraba y con quien se identificó a través de sus composiciones, la Lima del Señor de los Milagros, la Lima de Santa Rosa y San Martín de Porres, esa Lima atravesada por el río Rímac es la que uno ama y lleva en su corazón.
La Lima con su corrida de toros, sus turrones, sus anticuchos y picarones… la Lima de los tamales, la revolución caliente y tradiciones muchas de ellas olvidadas, esa es la Lima que abarrota estadios cuando juegan Alianza Lima con Universitario de Deportes.
La Lima que la UNESCO catalogara como Patrimonio Cultural de la Humanidad, con sus balcones virreinales, el Palacio Torre Tagle, los Conventos de San Francisco, Santo Domingo, de los Descalzos y San Agustín, el Paseo de Aguas, la Alameda de los Descalzos y el Puente de los Suspiros.
Esa es la Lima antigua y moderna que aunque pasen los años uno siempre lleva muy dentro del corazón y a la que nunca dejará de cantarle ni de resaltarla por más lejos que uno se encuentre.
Dario Mejia
Melbourne, Australia
por:Jorge Salazar
Una historia que al parecer no tiene que ver con el cruce de las espadas frente a los padrinos. La plebeya chaveta enfrenta a dos bravos de los bajos fondos limeños
Uno, romántico de viejo cuño, quisiera recoger una historia de espadas o, a última hora, preparar la crónica a partir de una historia de puñales, instrumentos que, según señalaba Borges, eran algo más que una estructura de metales. Los hombres, decía el argentino inmenso, pensaron y formaron el puñal para un fin muy preciso: el de derramar brusca sangre. El puñal en la historia humana ha tenido usos muy específicos: consumar traiciones (allí está Julio César), lucir coraje o limpiar la honra. Pero todo eso por allá, lejos de nuestros predios. Entre nosotros, el arma usada para jugarse el valor y el honor ha sido si se quiere más oscura, hondamente más modesta; ese tipo de historias se han escrito con chaveta.
LA FIESTA DEL ACERO
Los poetas y los juglares de todas las épocas han tenido siempre la convicción de que las peleas y duelos donde relumbra el acero puede ser una fiesta. Homero, las sagas vikingas, Quevedo y Víctor Hugo, entre otros, han cantado con júbilo las pendencias con armas cortantes; por allí, por el lado de la canción y el poema no nos hemos quedado atrás, como lo demuestra Duelo de caballeros, título que Ciro Alegría otorgara a esa danza de muerte llevada a cabo en escenario bajopontino por una pareja de guapos de barrio.
Ese choque de «faites», como denominará el vulgo a la mortal pelea, tendría su primer corolario artístico con la aparición, en 1915-el mismo año del duelo – del vals «Sangre criolla», una melodía que, con guitarra, cajón y castañuelas, cantaría los pormenores de ese encuentro a chaveta.
Luego, 20 años después, Ciro Alegría se encontrará con el vencedor, Carita, en la Penitenciaría de Lima. Allí, el escritor y el bandido harán una fecunda amistad. De ese encuentro nacerá Duelo de caballeros, el celebrado relato que se publicará por primera vez en la Cuba de 1955.
EL POLVORÍN DE EUROPA
Mientras, el Perú de José Pardo vivía días de saneado y próspero balance fiscal a causa de las grandes exportaciones de caucho a una Europa convertida en polvorín en razón de la Guerra Mundial, conflicto que, dicho sea de paso, brindaba a los medios de información un suculento material para la especulación y la discusión entre la asombrada lectoría nacional. Los periódicos volaban. Nuevas palabras y términos surgidos del infierno bélico se incorporaban al vocabulario cotidiano: aviones artillados, tanques, lanzallamas. Pero lo que constituía el gran «gancho» noticioso eran los gases tóxicos, demoniaca aparición germana que cubría con mantos de muerte las trincheras aliadas. Pero, llegada la hora, ninguna noticia venida del exterior superará el despliegue periodístico que desatará el duelo entre Carita y Tirifilo.
EL ODIADO TIRIFILO
Gastador de escarpines y vistoso sombrero panameño, Cipriano Moreno era mejor conocido en el Rímac como Tirifilo. Zambo alto, fornido y de saltones ojos, era, a decir de algunos, muy «respetado» por esos fueros. Aquello de respetado era una forma de manifestar que se le temía y odiaba porque, a apesar de ser ladrón, había sido reclutado como confidente, soplón, de la Policía. Era sabido que su violentismo fue utilizado haciéndole ejercer el rol de torturador y verdugo durante el primer gobierno de Leguía. Esos servicios, que lo hacían inmune ante la ley, permitían a Tirifilo cobrar cupos a otros delincuentes, y era vox pópuli que había despachado al otro mundo a varios hampones que chocaron con él. Con esos antecedentes, Tirifilo no pudo imaginar que un esmirriado don nadie, como calificaba a Carita, hubiese podido pisarle el poncho. Nunca.
«CARITA DEL CIELO»
Ladrón de poca monta, Emilio Willman era el hijo de una lavandera negra y un vaporino yanqui, quien luego de preñar a la mujer se embarcó a buscar nuevos amores, y dejó como huella de su estadía peruana a un niño de rasgos finos y ojos claros que las vecinas del callejón materno llamarían desde muy pequeño Carita del Cielo. Luego, ya crecido, el mote se reduciría a una palabra sola: Carita. Por lo buenmozo, fino y apuesto, contaban las emocionadas zambitas de Bajo el Puente. La aspiración mayor de Carita, que se sostenía con el juego y algunas raterías, se había cumplido: gozar del favor de las mujeres. Y es que a su pinta sumaba otras dotes: modales de señorito, buena labia, elegante y bailarín. Era feliz.
LA CAUSA
Veinte años después de los hechos, un Carita ya mayor contará a Ciro Alegría que él fue motivado por unos insultos que Tirifilo profirió contra su madre en una discusión callejera. Sin embargo, testigos de la época sostendrán que, más allá del odio que despertaba la condición de agente de policía de Tirifilo, la razón de la reyerta se encontraba en un incidente habido entre ambos en un burdel. La manzana de la discordia, Teresa, La Pantera, había preferido la compañía de Carita a la de su rival. Otras voces hablarán de una pública recriminación de Carita debido a que Tirifilo lo había «soplado» ante la Policía luego de un robo en el centro de Lima. De esa acusación se servirá Tirifilo para retarlo. Pero el confidente policial, dirán en el barrio, no quería matarlo, solamente desfigurar el envidiado rostro con ojos claros.
EL ESCENARIO
Todos los presentes estaban convencidos, mientras contemplaban cómo la chaveta buscaba el rostro de Carita, que Tirifilo sería el vencedor en el momento que se lo propusiera con firmeza. Su rival, novato en estas lides, acometía con más furia que técnica sobre el cuerpo del enemigo, que se burlaba de sus inútiles esfuerzos.
El primer cuarto de hora de pelea sirvió para que Tirifilo «marcase» el rostro de su rival, que sangraba profusamente. Dirán que ya estaba escrito. Tirifilo, que únicamente había recibido un chavetazo en el brazo izquierdo, por hacer una burlona finta torera, dará un traspié y allí acabará el juego del gato con el ratón. Veloz como una luz, Carita introducirá toda la hoja de su arma en los pulmones de Tirifilo, que, vomitando sangre por la boca, se desplomará para expirar sobre el mugriento suelo. Frente al cuadro, padrinos y ayayeros huirán en todas las direcciones, mientras el malherido Carita se arrastrará por las calles hasta encontrar una farmacia para ser atendido. Mientras ello ocurría, uno de los testigos, recordando la condición policiaca del muerto, acudirá a denunciar el hecho ante las autoridades. Dos horas después Carita será apresado, pero, vista su gravedad, fue internado en un hospital. A partir de allí, el tiempo se encargará de diseñar el perfil de un héroe popular, mientras el mundo del criollismo, desde el Rímac a La Victoria, pasando por los Barrios Altos, prestará sus letras y su música para homenajear y rendir culto al coraje de Carita.
Chabuca no sólo es una leyenda de la música criolla peruana sino que es parte de la historia del Perú. Chabuca adoraba a Lima, del mismo modo todo Lima también adoraba a Chabuca… ese fue un idilio eterno que duró toda su vida y trasciende aún después de su muerte. El compositor español Manuel Alejandro honró a Chabuca con una composición que interpretada por Raphael, dio la vuelta al mundo para homenajearla… «Déjame que te cante, Chabuca, limeña, con versos de tu alma, con sones de tu tierra… Déjame que te diga, Chabuca, limeña, que se quedó llorando la Flor de la Canela»… y no sólo dejó llorando a la Flor de la Canela, sino que dejó llorando a todo el Perú junto a las guitarras y los cajones que siempre la acompañaron.
Una tradición peruana de más de 300 años es la celebración de la fiesta de Santa Rosa de Lima cada 30 de Agosto. Patrona del Perú, América y Filipinas, Santa Rosa de Lima es la primera santa de América Latina que haya sido canonizada. Santa Rosa de Lima es también Patrona de la Policía Nacional del Perú, Patrona de las Enfermeras y los Mineros del Perú.
Nació en Lima, su nombre era Isabel Flores de Oliva y fue llamada Rosa por una india encargada de su crianza, debido a la hermosura de su rostro. Cuando fue confirmada por el gran obispo Toribio de Mogrovejo, se le agregó el nombre «Rosa», en honor a su belleza, y desde entonces todos la llamaban Rosa.
Son conocidas sus aficiones por el canto y la vihuela. Según Don César Miró, Santa Rosa fue la primera cantante criolla por haber interpretado con guitarra, y sin cajón, las «Seguidillas del Guadalquivir».
Hay una especie de milagro que antecedió al nacimiento de nuestra santa en el lugar donde estaría su casa. El Padre Cobo, historiador de la fundación de Lima y escritor de obras sobre plantas y semillas traídas a América y especies americanas, contó en su «Historia Natural del Nuevo Mundo» como en una huerta prendió el primer rosal en Lima y reventó el primer botón en el lugar donde poco tiempo después se levantó el Hospital del Espíritu Santo. El Padre Cobo dio esa referencia, del hospital, porque por esos tiempos Isabel Flores de Oliva aún no era santa, así que era lógico que tome el hospital como referencia.
El hecho es que la noticia sobre la primera rosa que tuvo Lima corrió rápidamente por la ciudad y el pueblo la llevó en procesión, a la rosa, hasta la Iglesia donde el primer Arzobispo la consagró a la Virgen. La ciencia, sin saberlo, contó esa coincidencia, o milagro, sobre el lugar donde nacería y viviría nuestra Rosa de Lima.
En Lima y el Perú entero su nombre está impreso en pueblos, puentes, avenidas, calles, jirones, pasajes y asentamientos humanos. El pueblo de Lima, especialmente, la tuvo siempre consigo desde tiempos de la colonia. En la Lima antigua su nombre figuraba en dos calles que hacían recordar a la santa limeña, la calle donde nació y la calle donde estaba la casa donde falleció.
Hay que tener en cuenta que una de las características de las calles de la Lima de antaño era de que las cuadras tenían nombres que las diferenciaban unas de otras. La calle donde nació se llamaba «Santa Rosa la Vieja», después pasó a ser «Santa Rosa de los Padres» o «Santuario». A mediados del siglo XIX y hasta parte del siglo XX, la gente la llamaba, indistintamente, «Santa Rosa de los Padres» o «Santuario», como figura en los mapas y las crónicas de la época. Se le llamaba «Santa Rosa de los Padres» porque allí se formó un Convento de Padres Dominicos en el año de 1676. Como la casa donde nació nuestra santa conservó algunas características que tenía, cuando vivió ella allí, la gente empezó a llamar «Santuario» a la calle aquella. Dicha calle es la que actualmente viene a ser la quinta cuadra del Jr. Conde de Superunda.
En la casa donde falleció estuvo los tres últimos meses de su vida. La calle donde estaba dicha casa se conocía como «Santa Rosa la Nueva» y después pasó a ser «Santa Rosa de las Monjas». Tomó el último nombre debido a que en la casa donde falleció se formó un monasterio de monjas. En la actualidad, dicha calle es la que viene a ser la quinta cuadra del Jr. Ayacucho.
Escritores, pintores y cantores se han ocupado mucho de ella habiéndose escrito cientos de biografías sobre ella y su rostro pintado al óleo más de mil veces. Santa Rosa de Lima es muy mencionada en nuestro acervo popular; Augusto Rojas Llerena le dedicó el vals «Rosa de América». Hay unas cuartetas que solían escucharse en las jaranas de inicio del siglo XX y que todavía, con alguna variante, se escuchan de vez en cuando:
Santa Rosa de Lima
¿cómo consientes
que un impuesto le pongan
al aguardiente?
———————————-
Santa Rosa de Lima
¿cómo consientes
que los enamorados
vivan ausentes?
Su fiesta en el Perú es celebrada el 30 de agosto. En Argentina también lo celebran ese mismo día, pero en Filipinas y otros países del mundo, que la han adoptado, lo celebran otro día, algunos el 23, otros el 24 de agosto.
En la ciudad de Lima, cada 30 de Agosto, miles de fieles visitan la ermita donde nació Santa Rosa. Allí se forman largas colas de fieles deseosos por depositar sus plegarias en el tradicional «Pozo de los Deseos». Lo que se pretende es hacer que Santa Rosa de Lima interceda ante Dios para que se les cumpla lo que escribieron en el papel depositado en el pozo. Niños y adultos acuden anualmente ante Santa Rosa, algunos para pedir trabajo y salud, otros para agradecerle por el deseo cumplido. El Servicio de Correos del Perú tiene a disposición del público, en todas las provincias, un servicio especial para que la carta que cualquier devoto, en cualquier rincón del Perú, desee enviar a Santa Rosa de Lima, sea depositada en el Pozo de los deseos el mismo 30 de Agosto. El diario «El Comercio», en los últimos años, ha puesto en su página web un servicio gratuito para que los internautas de cualquier parte del mundo hagan llegar su deseo a Santa Rosa. Ellos imprimen los mensajes y los depositan en el «Pozo de los Deseos» el mismo 30 de agosto.
Otra tradición del día de nuestra santa limeña es que en Lima, por ser también el Día de la Policía Nacional del Perú, el tránsito vehicular es dirigido por policías escolares y scouts, quienes, previamente, son capacitados para desempeñar esa labor.
Fechas importantes que nos recuerdan a Santa Rosa de Lima son las siguientes:
* El 30 de abril de 1586, fecha en que nació. Hay que tener presente que algunos de sus biógrafos han dado otra fecha diferente.
* El 24 de agosto de 1617, fecha en que falleció.
* El 13 de abril de 1630, se presentó ante el Arzobispo las cartas compulsoriales para la información de la santidad, vida y milagros de la bienaventurada. Ese día repicaron las campanas de todo Lima anunciando el acontecimiento.
* El 14 de abril de 1630, contando con la presencia del Virrey y de la Real Audiencia, en la Catedral de Lima se procedió a leer las cartas presentadas un día antes al Arzobispo.
* El 12 de marzo de 1668, fue beatificada por el Papa Clemente IX. Con esta fecha también hay otras versiones.
* El 11 de agosto de 1670, el Papa Clemente X la declaró Patrona de América, Indias y Filipinas. Un año antes, el anterior Papa, Clemente IX, la había declarado Patrona del Perú.
* El 12 de abril de 1671, el Papa Clemente X canonizó a Isabel Flores de Oliva pasando a ser «Santa Rosa de Lima». Se fijó el 30 de agosto para su veneración.
* El 30 de agosto de todos los años, día en que se celebra en el Perú la fiesta de Santa Rosa de Lima, la cual es una tradición peruana de más de 300 años.
Dario Mejia
Melbourne, Australia
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Con el permiso de Walter Huambachano, hijo de uno de los más grandes cultores de nuestra querida Música Criolla, les entrego a todos Uds., unos relatos de la más pura jarana que se vivió en aquellos tiempos en casa de su padre don Luciano Huambachano Temoche, es un relato que encontré en un libro y pues le hice la transcripción del caso, pero para que sea más interesante lo iré enviando por partes, espero que lo disfruten y sea de su completo agrado.
José Antonio «El Chalán»
RELATOS DE JARANA
por Roberto Salinas
(Primera parte)
La casita era famosa. Quedaba en una agrupación de vivienda en la margen izquierda del jirón Caquetá, en el Rímac lo que viene a ser la continuación de la Av. Alfonso Ugarte, pasando el Puente del Ejército. Una entrada amplia, testigo de mil confidencias, daba acceso a una especie de jardín, por cuya vera derecha había que seguir hasta llegar a la tercera puerta. Ventana amplia y puerta pequeña. Allí vivía Luciano Huambachano, famoso autor de “Barrio Bajopontino”, jaranero, guitarrista y cantante, bohemio y criollazo.
Un cholo cetrino, que era capaz de pararle el pleito a cualquier cantante de nota. Sabina, su mujer parecía hecha a su medida. Sonrisa fresca y supertolerante. Aceptaba como la cosa más natural que su esposo atendiera a sus amigos y si había que meter la mano a la cocina, la metía y ¡eso era una bendición de Dios!. Porque si alguien cocinó mejor que Sabina, don Ricardo Vicuña, el maestro del billar, y filósofo de la viveza, ya lo hubiese sabido. Y a nosotros don Ricardo siempre nos dijo que donde mejor cocinaban era en casa de Huambachano.
Como por arte de magia doña Sabina preparaba diez platos al hilo y lo hacía con tal alegría, que parecía transmitir ese estado de ánimo a su comida. Siempre hubo discusión si cocinaba mejor la carapulca que el caucau o el
olluquito. Nosotros seguíamos al maestro Vicuña y nos solíamos despachar todos los platos posibles de la bendita carapulca. Betty, la hija más linda, centro de las miradas francas o soslayadas, se limitaba a sonreír. Y entonces daba ganas de comerse todos los platos de tan mágica cocina.
En esta casa pequeña, de sala y comedor pegados como siameses, los oídos se nos quedaron tintineando luego de escuchar, por primera vez, a los señores negros que iban a buscar a Rodolfo Espinar a la redacción de Expreso. Cantaban “La abeja”, valse del “Chino” Ernesto Soto, más conocido como “Tomate”.
La aguda voz de Augusto Ascuez era mantenida arriba por el cantar encubierto de la “segunda de ascenso” de su hermano Elías. “Quisiera ser como la abeja / que vuela sin que nadie la detenga / besa las flores / toma el zumo / y echarlo en tu boca cual rocío. De flores primorosas / del jardín cual un ensueño / que un hada ha besado al pasar / que un hada ha besado al pasar /. Después de haber mirado de reojo ese tu talle / , quisiera una y mil veces contemplar/”.
Si hasta aquí el valse era un poema para debutantes de jarana, como nosotros, lo que siguió después fue el acabose. Entró el “Manchao” Alejandro Arteaga y la casa remeció. “Tu carita de grana / tus ojeras que engalanan y tu pelito que parece volar / Tu carita de grana / tus ojeras que engalanan y tu pelito que parece volar / Quisiera ser como la abeja…”. ¿En qué tono tan alto habría cantado el “Manchao”? Los oídos nos quedaron tintineando, como si cada nota hubiese agitado nuestros tímpanos hasta hacerlos temblar.
(Segunda parte)
CANTA EL LEON
Pero todo tiene su explicación. La casita de Luciano estaba cerrada por todos los lados, por una orden mayor que no admitía discusiones. Don José Arana Cruz era famoso por su cara de león, “un corte” que le bajaba del pómulo a la barbilla y un permanente gesto fiero que la verdad asustaba. Era el gran “Patuto”, ex-“operador” en las canchas de fútbol, también entrenador de su Chalaco, bravo, al extremo que cuando iba a dar las instrucciones técnicas, juntaba a los “muchachos” Rosasco, Portanova, Mina, Aguilar y, antes de empezar, ponía las razones sobre el tapete. La más impresionante era una chaveta que la clavaba con tal maestría que quedaba oscilando ante la indiferente mirada de sus pupilos. “¡El que manda soy Yo, carajo!. ¿Tá bien?”. Un simple movimiento de cabeza le permitía seguir.
Este mismo José Arana era bohemio, amigo de los jaranistas, y gustaba cantar viejos valses de Pinglo. Aquella noche 24 de noviembre, víspera del santo de Huambachano, entonaba “Astro Rey” con una cadencia sentida que en lugar de león parecía un gato. Al llegar a “Soy violeta gentil….”, un palomilla pegado a la ventana, por el lado de afuera, le gritó: “¡Con esa cara, como vas a ser violeta!”… Y fue terrible. “Patuto” quiso salir para agarrar al mocoso, pero éste ya había volado sabe Dios con que dirección. Todo molesto, “Patuto” sentenció “¡Cierren las ventanas!”, y como la puerta estaba cerrada para eludir a los zampones, nos quedamos encerrados.
Esa acústica fue la que motivó nuestro primer tintinear de oídos en una jarana criolla. Luego vendrían los Ascuez, con Luciano y el “Manchao” Arteaga para tener arriba, siempre arriba, a “La abeja”, del “Chino” Soto.
(Tercera parte)
PASEN, PASEN
Por la casa de Luciano Huambachano desfilaron los más conspicuos cantantes criollos. Aquella vez de la víspera de su cumpleaños, todo el mundo esperaba la jarana de contrapunto, pues se habían integrado hasta tres grupos que se miraban con respeto. La primera opción la tenían los Ascuez, pues Augusto las sabía todas y le sobraba para regalar. Además de buena memoria, sabía improvisar mejor que nadie. Ese negro era una maravilla, un portento. Tenía tal porte, tal forma de ser, que hasta los blancos le escuchaban y le hacían caso. Parecía dueño del respeto. Y alguna vez nos preguntamos si este negro portentoso no sería jefe o rey, si hubiese nacido en su Africa ancestral. ¡Era sinónimo de nobleza!. Junto con Augusto se cuadraban su hermano Elías y el “Manchao” Arteaga. En otro lado, estaba el “Curita” Gonzáles que se acomodaba con Manuel Covarrubias, compositor de lujo y buena segunda. También se sumaban Abelardo Vásquez, heredero de Porfirio, su entrañable padre llamado “El Marqués”. No se hacía problemas con Wilfredo Franco. El cajón de Francisco Flores, simplemente “Pancho Caliente”. Con ellos, podían haber 80 mil cantantes en Lima, pero la casa de Luciano parecía abierta exclusivamente para algunos.
Si escuchar ya era una lindura, ver a Nicolasa (hija mayor de Augusto Ascuez, casada con Ricardo del Valle, “Mil quinientos”) bailar con el gringo Ambrosini, el buen “Gato blanco”, era todo un acontecimiento. Nicolasa bailaba casi con la misma cadencia de Bartola, es decir, la marinera pausada, rítmica, no la saltarina, que también es limeña, pero con huella norteña, la que practicaba Valentina con su famoso ¡que me hacen!.
Doña Irma Céspedes, compañera de Oswaldo Campos, dueña de un cuerpo escultural y un donaire capaz de desgraciar, lanzaba los zapatos al aire y también salía al ruedo para bailar marinera. Jamás gozo tanto Mañuco Covarrubias mirando esas piernas, desde el suelo, hasta llamarla “Condesa Descalza”, mientras el flaco Espinar se mandaba a dibujar la marinera.
Llegaba gente notable. Cantaban los Enríquez: Barahona y el “Cholo” Peña, y la casa enmudecía. O Fernando Loli, sobrino de Luciano, que en dúo con José Moreno el gran “Paquete”, eran sensacionales. Cantaban y cantaban. Mientras la buena Sabina servía y servía, ayudada por Valentina, la “Gata” Sabina, esposa de “El niño”, mamá de Makarios.
La noche se volvía día y el día se volvía noche. Había cambio de personal, porque jamás un día fue suficiente para celebrar el santo de don Luciano Huambachano.
Cuando los españoles llegaron a lo que llamaban el «Nuevo Mundo» o «Las Indias» por equivocación, una de sus mejores armas y quizás la más importante, fue el caballo; un esbelto animal que causaba pavor entre los indígenas, puesto que nunca antes habían visto alguno.
Estos ejemplares fueron descendientes, de los que a su vez surgieron del cruce con caballos árabes, animales criados en una geografía desértica.
El caballo español, surgió principalmente de jacas navarras y castellanas, pero en determinado momento también se cruzó con el berebere, otro tipo de caballo español y más tarde con la llegada de los árabes a Europa, a través de la sangrienta guerra árabe-española, que duró más de siete siglos; se fueron creando por cruce natural, nuevos ejemplares, dando lugar a un nuevo tipo de caballo español, que fue traído a tierras americanas.
Los caracteres de todas las razas y sus cruces entre ellas a través de los siglos, le dieron características genotípicas y fenotípicas especiales a este nuevo ejemplar; las que a su vez se fueron depurando en el medio ambiente costeño peruano, en el que prosiguió su evolución.
El sistema geográfico costero, extremádamente árido y cálido, con pastizales poco nutritivos, hicieron a los primeros caballos peruanos, acondicionarse a los racionamientos y resistir largas jornadas de trabajo sin descanso; realizando con eficiencia las labores agrícolas y de transporte a las que eran expuestos, en largos viajes entre distantes haciendas y extensos desiertos del litoral peruano. Entre ellos, se fueron seleccionando, aquellos que podían soportar las inclemencias del medio ambiente, sin que éste mermara sus facultades. Así, se fue perfeccionando su mecánica de movimiento y perpetuando una nueva raza.
Este nuevo hábitat y sistema de trabajo, fue otro de los factores en dicho desarrollo; dándole, si bien es cierto un tamaño un poco menor a los nuevos descendientes, pero proveyéndoles de una gran caja toráxica, cascos resistentes y una musculatura de gran tonicidad, con huesos y tendones más compactos. En la evolución del caballo peruano, es indudable que las herencias genéticas traídas por los ejemplares españoles son factores muy importantes; luego, los cambios que se desarrollaron al llegar a un ambiente diferente y las funciones de trabajo poco exigentes a las que se le expuso, ejercieron también una función; especial; pero será la sensibilidad del hombre peruano la que por último le da las cualidades que hoy distinguen al caballo de paso peruano.
Criadores, chalanes y artesanos, a través de un paciente y laborioso trabajo, han sabido depurar el fino arte de la ambladura -movimientos sincronizados de las patas anteriores y posteriores en forma paralela-, los que a su vez originaron los peculiares pasos y el garbo de la marinera peruana.
El chalán, quien hábilmente dirige al caballo de paso, va ataviado con camisa y pantalón blancos, sombrero de paja, poncho de fibra de vicuña, pañuelo, botas y espuelas.
Esta es una tradición, que se ve impulsada a través de concursos realizados en diferentes ciudades de la costa como de la sierra peruana. El más importante es el Concurso Nacional del Caballo de Paso, que se realiza todos los años en la cancha de exhibición de Mamacona, en Pachacámac; entre el 15 y 20 de abril . (LARS).
colaboración: El Boletin de New York
La procesión del Señor de los Milagros, Cristo de Pachacamilla o Cristo Moreno, recorre las calles limeñas todos los años en el mes de Octubre desde 1687, trayendo consigo bendiciones de unión, esperanza, fervor católico y tradición. En el mes de Octubre la imagen del Cristo crucificado mueve a millones de fieles en procesión. Los fervientes devotos vestidos de morado tratando de emular a las hermanas nazarenas, llevando detentes como símbolo de adhesión y devoción al Señor.
Cuenta la historia que a mediados del siglo XVII un humilde mulato pintó al Cristo crucificado en un paño de muro, dentro del muladar de Pachamilla, una zona donde los negros angolanos se agruparon viviendo en una pobreza absoluta.El 13 de Noviembre de 1655, a las 2:45 de la tarde se produjo un terrible terremoto en Lima y El Callao, derrumbando Iglesias, sepultando mansiones dejando miles de muertos y daminificados. Todas las paredes de la cofradía se vinieron abajo, excepto el débil muro de adobe en el cual se encontraba pintada la imagen de Jesús. La imagen quedó intacta, sin ningún resquebrajamiento.
La imagen atrajo gran cantidad de adoradores, que con sus cánticos y bailes semipaganos escandalizaban a las autoridades políticas y religiosas, el Virrey ordenó la destrucción de la imagen. Al subir un pintor la escalera para borrarla, empezó a sentir temblores y escalofríos, teniendo que ser atendido de inmediato para proseguir con su labor. Luego intentó nuevamente subir pero fue tanta la impresión causada que bajó raudamente y se alejó asustado del lugar sin culminar con la tarea encomendada.
Un segundo hombre, un soldado de Balcázar, de ánimo más templado, subió pero bajó rápidamente, explicando luego que cuando estuvo frente a la imagen vió que se ponía más bella y que la corona se tornaba verde; por esa razón no cumplió la orden dada. Ante la insistencia de las autoridades por desaparecer la imagen, la gente manifestó su disgusto y comenzó a protestar con airadas voces y actitudes amenazantes que obligaron a retirarse a la comitiva. La orden fué revocada y se acordó que en ese lugar se rindiera veneración a la poderosa imagen.
El 20 de Octubre de 1687 un maremoto arrasó con el Callao y parte de Lima y derribó la capilla que se habia levantado en honor a la imagen de Cristo. Quedando solo en pie la pared de adobe con la imagen del Cristo Crucificado. De esta forma fue admitido por la Iglesia y se consagró su culto.
Una copia al oleo de la imagen fue confeccionada y fué llevada en procesión por las calles de Lima implorando al Cristo Crucificado para que apaciguara la ira de la naturaleza. Desde aquel entonces se estableció que en los dias 18 y 19 del mes de Octubre tendria lugar la procesión del Señor de los Milagros.
Las procesiones que parten del Convento de Las Nazarenas se desplazan por diversos lugares, durando varios días, hasta retornar a su punto de partida, no tienen igual en ninguna parte de América.
EL HÁBITO
A la difusión del culto contribuyó el esfuerzo de Antonio Lucía del Espíritu Santo, sierva de Dios. Ella vestía de morado, con un cordón blanco. Fundó el Beatario de Las Nazarenas y la congregación vistió como ella. Se dedicaron, entre otras labores, a cuidar la imagen de Pachacamilla. Así, poco a poco, se fue asociando el traje morado al Señor de los Milagros. Desde entonces hasta hoy, los fieles hacen peticiones al Cristo Morado y le prometen, a cambio, vestir de morado por un año o hasta por toda la vida el hábito.
EL TURRÓN
Según cuenta la tradición que su inventora fue una morena, llamada Josefa Marmanillo, una esclava del valle de Cañete. Doña «Pepa» fue liberado porque adolecía de parálisis y prometió al Señor de los Milagros seguir la procesión si la aliviaba de su mal. Durante el primer día de la procesión recuperó milagrosamente el uso de sus brazos y manos. Y esa misma noche, Doña «Pepa» soñó la receta del turrón. Al día siguiente lo preparó y lo repartió entre los pobres de Las Nazarenas. Desde entonces todos los meses de octubre este dulce invade con su aroma toda la ciudad.