OCTUBRE, MES DE TRADICIONES

Octubre, mes de tradiciones, trae muchos recuerdos a mi mente. Este mes se caracteriza por ser el mes del Señor de los Milagros, mes de toros, mes de los turrones, de la mazamorra morada, de la canción criolla y también de los terremotos. Esto último se debe a que han ocurrido algunos terremotos en el mes de Octubre casualmente y por ser este mes muy significativo para los peruanos, el temor popular empezó a relacionarlo como mes de terremotos.

Recuerdo que en el terremoto de Octubre del 74, me encontraba durmiendo cuando empezó el terremoto. En ese entonces vivía en una quinta donde al fondo teníamos un cuarto mis 3 hermanos y yo… el movimiento telúrico despertó a uno de mis hermanos y a mí y salimos corriendo hacia la puerta deteniéndonos allí y mirando como los demás vecinos y mis padres estaban en medio del patio de la quinta… “salgan del cuarto” nos gritaban… pero mi hermano y yo no nos movíamos de la puerta… y no era porque estabamos petrificados de miedo, sino porque estabamos tan sólo en calzoncillos.

La Procesión del Señor de los Milagros es una tradición y creencia religiosa peruana de más de 300 años. La imagen del Cristo de Pachacamilla es sacada en andas y la procesión recorre las calles de Lima durante varios días en el mes de octubre siendo cientos de miles los que acompañan al Cristo Moreno, habiéndose convertido en una de las manifestaciones religiosas más grandes del mundo. Octubre es conocido también como el «Mes Morado» ya que, especialmente en la ciudad de Lima, calles, casas y muchos lugares públicos son adornados con banderas y pancartas de dicho color. Muchas personas se visten con hábitos de color morado también, otros llevan una corbata o una cinta morada acompañada de un detente en el pecho y las camisetas del Alianza Lima, uno de los equipos más populares del Perú, se tiñen de morado durante todo el mes de octubre. Una vela de color morado es prendida en la mayoría de las casas en señal de homenaje a nuestro Cristo Moreno o Cristo de Pachacamilla.

Desde que tuve uso de razón hasta que me mudé de barrio pude apreciar la imagen del Señor desde muy cerca ya que el primer barrio popular que el Señor visitaba en su recorrido anual era los Barrios Altos donde nací… y si muy bien el Señor no entraba a mi calle, al menos pasaba por la esquina y echando una mirada de reojo hacia mi barrio me decía “ya te vi… deja de hacer diabluras”.

La Plaza de Acho de Lima se viste de gala a fines de octubre ya que se da inicio a la feria taurina más importante de Sudamérica donde toreros de diversas nacionalidades se disputan el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros. Entre orejas y rabos es el público el que decide con pañuelo blanco al aire quien es el que ofreció la mejor faena en las tardes taurinas, haciéndolo ganador de tan disputado Escapulario.

No es que sea un taurófilo, pero de niño me alegraba mucho cuando llegaba la temporada de toros. Es que mi antiguo barrio está ubicado a una distancia no muy lejana de la Plaza de Acho y como casi nadie tenía carro en mi antiguo barrio, entonces la calle se llenaba con los carros de los que asistían a las corridas de toros. Recuerdo muy bien que a todo aquel que tenía carro le decía “Mister” con tal de que me permitiera que le cuide el carro… esa fue la primera palabra en inglés que aprendí.

Cómo olvidar el sabor de los turrones de Doña Pepa, exquisito manjar que fue inventado por Doña Josefa Marmanillo, una mujer que vivía en un fundo algodonero en el Valle de Cañete y a quien todos cariñosamente la llamaban con el sobrenombre de “Doña Pepa”. Ella era una esclava que fue libertada por sufrir de una parálisis a los brazos y manos, pero que debido a su fe en el Cristo Morado se sanó mientras le imploraba por ayuda. En agradecimiento al Señor, elaboró un dulce muy delicioso que todos conocemos como el “Turrón de Doña Pepa”.

 
Un personaje de mi infancia viene a mi memoria, “El Moqueguano” o “Moque” como también lo llamabamos en los Barrios Altos. Moque recorría los colegios de los Barrios Altos vendiendo alfajores y también turrones cuando llegaba Octubre. Moque cargaba sus alfajores en una caja de madera con asa que él mismo se hizo y allí estaba a la salida del colegio vendiendo o cobrando a los que le fiaba. Su clásica adivinanza era lo que atraía mucho a los escolares… nunca pude acertar la cantidad de monedas que cogía en su mano y que uno tenía que adivinar para ganarse un alfajor gratis. Pienso que el Moqueguano es una tradición olvidada ya que no se le ha hecho justicia en nombrarlo como se le ha nombrado al vendedor de Revolución Caliente o al Molientero. En uno de mis viajes a Perú y visitando mi antiguo barrio pude volver a ver otra vez a Moque con su caminar rápido dirigiéndose como siempre a algún colegio a esperar la salida de los escolares.

La mazamorra morada es un postre infaltable en toda mesa limeña durante el mes de octubre. ¿Quién no habrá comido alguna vez un combinado de arroz con leche y mazamorra morada en los agachados?… Creo que eso forma parte de las tradiciones limeñas y de una Lima antigua que cada vez se va modernizando más.

«Quiero vida que comprendas que nuestro cariiiiño, es tan puro como el alma de inocente niño… que yo soy sólo de ti… que tú eres para mí… la vida, la luz y el amooorrrrr…» que hermoso vals cantado por el Zambo Cavero… «Sincera Confesión»… en este mes de la canción criolla, me gusta recordar y escribirle a mi Lima criolla y jaranera, al barrio donde nací y viví muchos años… a mis «Barrios Altos«, donde se iniciaron las peñas y jaranas criollas… donde no faltaba una voz melodiosa que al son de alguna guitarra y un cajón entonaban los valses de Felipe Pinglo, Chabuca Granda, Félix Pasache, Mario Cavagnaro o Augusto Polo Campos. Los viernes y sábados eran netamente criollos en Los Barrios Altos… aunque cuando se trataba de entonar un vals, cualquier día de la semana era igualmente bueno.

Esos valses que hacen cantar y bailar a los árboles y las bancas de la Plaza de Barranco y que los fines de semana despierta a nuestra Chabuca llevándola a bailar desde la Alameda hasta su Puente de los Suspiros.

Valses que llenaban el restaurante Rosita Rios en el Rímac, la Peña Felipe Pinglo en el Cercado de Lima, La Valentina en la Victoria o los Callejones de las calles Suspiro, Las Carrozas o de Las Cinco Esquinas en los Barrios Altos… lugares que eran los sitios predilectos de todo buen criollo, quien después de unos tragos y escuchar unas canciones se volvía hasta músico agarrando un par de cucharas y siguiendo el ritmo de las guitarras y el cajón entonar a voz llena Nuestro Secreto, Idolo, Anita, El Huerto de mi Amada, El Plebeyo, Mechita, Todos Vuelven, Alma Corazón y Vida, Cuando llora mi guitarra o ese segundo himno que tenemos los peruanos que se llama “La Flor de la Canela”.

Valses de antaño, con sabor a procesión del Señor de los Milagros donde los cánticos religiosos tienen visos de marinera limeña, haciendo bailar al Señor con la Virgen en su anda, ante los «¡Olé!» de una Plaza de Acho rebozante de un público ávido de toros y escapularios.

Valses que llevan el aroma de los picarones y los anticuchos de los puestos ambulantes de las noches en el Rímac, La Victoria o los Barrios Altos y que hacen que San Martín de Porres se quiera escapar de la iglesia para zapatear una jarana con Santa Rosa de Lima.

Valses que llegan al alma y que tienen el gusto de la mazamorra morada y el salero de la gente morena de La Victoria, haciendo bailar al hombre como si fuera un «Caballero de Fina Estampa», llevándolo después a un «Rompe y Raja» con su pareja, refrescando el ambiente como si fuese una «Brisa del Titicaca», despertando la gracia y la belleza de la mujer limeña que hace que el hombre porfíe por ganar, como buen “Don Porfirio”… terminando luego cantándolos al ritmo de los Hermanos Aguirre en el «Sachún».

Valses que nos hacen cantar… y una lágrima soltar cuando se escuchan a la distancia, ya que nos hacen recordar lo grande y maravilloso que es nuestro Perú y sus tradiciones.

Dario Mejia
Melbourne, Australia 

LOS PREGONES

Antes, los pregoneros nos daban hasta la hora. De ellos solamente tenemos recuerdos nostálgicos de su labor. Pertenecen a una Lima que se fue, llevándose sus voces bien timbradas, por calles arriba y calles abajo, y sin retorno.

De las «Tradiciones Peruanas«, del ilustre escritor Ricardo Palma, tomamos lo que eran los pregones en Lima:

«A las seis de la mañana pasaba la lechera.
A las siete en punto la tisanera y la chichera de terranova.
A las ocho, ni un minuto más, ni un minuto menos, el bizcochero y 
la vendedora de leche-vinagre, que gritaba: ¡ A la cuajadita!.
A las nueve, hora de Canónigos, la vendedora de Zanguito de ñanjú y 
choncholíes.
A las diez la tamalera.
A las once pasaban la melonera y la mulata de convento vendiendo
Ranfañote, cocada, bocado de Rey, Chancaquitas de cancha y de maní
y frejoles colados.
A las doce aparecían el frutero de canasta llena y el proveedor de empanaditas de picadillo.

La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, arrocera y el alfajorero.
A las dos de la tarde, la picaronera, el humitero, y el de la rica causa de Trujillo.
A las tres el melcochero, la turronero y el anticuchero.
A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez.
A las cinco chillaban el jazminero, el de las karamanducas y el vendedor de
flores de trapo que gritaba: «¡ jardín, jardín , muchacha..¿no hueles?»
A las seis canturreaban el raicero y el galletero.
A las siete pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.
A las ocho, el heladero y el barquillero.
Aún a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o el
sacristán que de la parroquia salía con capa colorada y farolito en la mano
pidiendo para las ánimas benditas del purgatorio o para la cena de Nuestro

Amo.

Este prójimo era el terror de los niños rebeldes para acostarse, después de esa 
hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes,
cantando entre piteo y piteo: » ¡Ave María Purísima! ¡ las diez han dado !
¡viva el Perú y sereno!». Que eso sí, para los serenos de Lima por mucho
que el tiempo estuviese nublado o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno!.
Y de sesenta en sesenta minutos se repetía el cántico hasta el amanecer…en que 
pasaba voceando de nuevo la lechera». 

Día de la MADRE

El segundo domingo del mes de mayo se celebra el «Día de la Madre» en el Perú y muchas partes del mundo. Esa fecha es muy importante para todos, ya que ese día se lo dedicamos al ser que nos trajo al mundo, brindándole más amor, cariño y devoción.

Desde que nacimos, nuestra madre nos brindó su calor y devoción… nos abrigó, con su pecho nos alimentó, de amor y cariño nos llenó, que poder tenerla a nuestro lado fue una bendición. Su esfuerzo y dedicación son nuestro mayor aliciente, por enseñarnos y educarnos nada era suficiente… y aunque la vida o el destino de ella nos tenga ausente, en nuestro corazón y mente, siempre estará presente.
La Madre es el ser más maravilloso de la tierra. Ella no sabe de cansancio ni le importa tener que esperar largas horas por los hijos para atenderlos. Es la persona más tolerante, comprensiva y cariñosa que pueda haber. Todos los días del año debemos demostrarle nuestro amor y cariño. No esperemos que nuestra madre ya no esté en este mundo para darnos cuenta de lo mucho que ella hizo por nosotros y de que pudimos hacerla sentir más feliz con tan sólo demostrarle día a día nuestro cariño, amor y agradecimiento hacia ella.

El compositor y estudioso de la música criolla, Don Manuel Acosta Ojeda, tiene más de mil composiciones de entre las cuales destaca una que por su mensaje y a quien va dirigida se ha convertido en una de las canciones clásicas de la música criolla, «Madre». El vals «Madre» fue escrito por Manuel Acosta Ojeda el sábado 12 de mayo de 1951, víspera de Día de la Madre.

El periodista Jesús Raymundo, en el artículo titulado «Homenaje a Manuel Acosta Ojeda», publicado en el diario «El Peruano» de Lima el 28 de junio de 2002, nos relata la historia de ese hermoso vals que la recogió del mismo compositor:

‘En una de sus madrugadas de mayo, después de cantar en El Botellón, visitó con sus amigos el bar El Silletazo. Era víspera de Día de la Madre, en 1951. “Mareado escribí sobre la envoltura de una cajetilla de cigarrillos algunos versos para mi madre, que me había dado todo. Sentí pena y remordimiento. A las diez de la mañana, cuando terminé mi autoconfesión, fui a mi casa”. En 1956, el tema Madre fue grabado por el grupo Los Cholos. Pero fueron Los Chamas quienes lanzaron a la popularidad el valse de la sinceridad’.

El vals «Madre» es considerado, tanto por su letra como por su música, como un excelente aporte hacia nuestra música criolla, y en el Perú es tema obligado en toda actuación en homenaje al Día de la Madre. A mi madre, hermanas y todas las madres, les deseo, ahora y siempre, un ¡Feliz Día de la Madre!

MADRE
Autor: Manuel Acosta Ojeda

Madre, cuando recojas con tu frente mi beso
todos los labios rojos, que en mi boca pecaron
huirán como sombras cuando se hace la luz.

Madre, esas arrugas se formaron pensando
¿Dónde estará mi hijo, por qué no llegará?
Y por más que las bese no las podré borrar.

Madre, tus manos tristes como aves moribundas
¡Déjame que las bese! Tanto, tanto han rezado,
por mis locos errores y mis vanas pasiones.

Y por último, Madre, deja que me arrodille,
y sobre tu regazo, coloque mi cabeza.
Y dime: ¡Hijo de mi alma!, para llorar contigo.

Dario Mejia
Melbourne, Australia

Un Adiós de 20 Años

El 8 de marzo de 1983 se apagó la voz de Chabuca Granda. Pero sus canciones siguen contando al mundo la magia y la leyenda de lo que fue su gran amor: el Perú.

Escribe DANIEL ROCA ALCAZAR

PROLOGO.- Hace treinta años yo vivía en Buenos Aires, eran los tiempos del retorno al poder del caudillo Juan Domingo Perón. Un período muy difícil en la historia argentina. Asistía a la escuela y debo confesar con total vergüenza que no me interesaba en absoluto la música peruana, al tener por entonces una acentuada preferencia por la ópera y el tango.

Una noche mis padres me llevaron al «Embassy» de Buenos Aires a ver un espectáculo titulado «Tres mujeres para el show». Desfilaron Julia Elena Dávalos, Susana Rinaldi y Chabuca Granda, que cerraba el programa.

Cuando salió Chabuca al escenario, observé asombrado que el público, que colmaba la sala, se puso de pie y le brindó un aplauso interminable, mientras le gritaba frases de afecto y de admiración con tal entusiasmo que tuvo ella dificultades para comenzar a cantar. Por primera vez en mi vida sentí orgullo de mi música. A través de cincuenta minutos, ella cantó y contó muchas historias de Lima, «mi ciudad», y de sus tradiciones.

Y ¿cómo era posible que yo no la hubiese descubierto antes? Su voz, discutida y discutible, me parecía por momentos un extraño violín sentimental y al mismo tiempo una queja desgarradora que brotaba desde las entrañas mismas del Perú. Hablaba de callecitas encendidas, de balcones y noches de interminable bohemia, de ficus, jazmines y jacarandá, de una Lima señorial de casonas enrejadas y zaguanes, de Barranco y su tradicional Puente de los Suspiros. Pero también nos explicaba en una canción el ideal de Bolívar, evocaba el continente americano a través de la figura romántica de María Sueños y nos acercaba a personajes como Pancho Graña, Manuel Solari Swayne, Violeta Parra y Javier Heraud.

Desde ese momento comencé a investigar su obra maravillosa y a través de ella empecé no sólo a amar nuestra música sino a comprender mejor la «geografía sentimental» de mi país y de su gente.

PRIMER Y UNICO ACTO.- Ha pasado mucho tiempo desde entonces y durante los largos años que he vivido en el exterior he vuelto a sentir ese mismo orgullo y esa misma admiración por esta genial artista. Y es porque donde quiera que se escuchen las notas de «La Flor de la Canela», «Zeñó Manué», «Fina Estampa», «Gallo Camarón» o «José Antonio», se piensa en nuestro país y en nuestro muy rico patrimonio artístico y cultural.

Chabuca Granda ha sido, más que una cantante, una compositora, y más que una compositora, una personalidad insustituible dentro del mundo cultural latinoamericano. Nadie como ella supo recrear y salvaguardar, con inteligencia, inspiración y refinada vena poética, nuestras más puras tradiciones: los caballos de paso, las peleas de gallos, las corridas de toros, la trilogía de esos tres personajes tan limeños: El río, el puente y la alameda. En este último caso Chabuca pareció hacerse eco de las palabras de don Raúl Porras Barrenechea, quien suplicaba «piedad para el puente y la alameda».

No es mi intención analizar la historia del vals peruano, pero sin lugar a dudas existe un «antes» y un «después» de Chabuca. Con esta maravillosa artista, la música peruana comenzó a recorrer el mundo, con enorme aceptación, en las voces extraordinarias de Los Morochucos o de Edith Barr, por ejemplo. Chabuca ha sido llamada poetisa o poeta por algunos, juglar y cantautora por otros. Pero fue además una extraordinaria intérprete de innegable carisma, aunque ella como cantante se autodefinía irónicamente «un San Bernardo con swing».

Creo que su mejor descripción la hace el artista y arquitecto Fernando Guembes, cuando nos dice: «… cada tema de Chabuca Granda nos vuelve cómplices de sus anhelos. Es ella la que se convierte en la gran escultora que, mediante sus versos, nos talla el alma de la patria presente para dejarla así… con eterno aire de modernidad».

EPILOGO.- Chabuca Granda nos dejó tempranamente el 8 de marzo de 1983. Hoy estamos conmemorando veinte años de su viaje sin retorno. En una ocasión como ésta debemos reflexionar sobre la trascendencia de este personaje, síntesis de peruanidad. Ella es patrimonio indiscutido e indiscutible del Perú. Su nombre, ya elevado a la categoría de mito popular, ha pasado a integrar, para orgullo nuestro, ese grupo legendario y exclusivo de los más grandes exponentes de la música continental que conforman Libertad Lamarque, Agustín Lara, Ernesto Lecuona, Carlos Gardel, Pedro Vargas, Lola Beltrán, Rafael Hernández, María Grever. Me atrevo a preguntar y ¿qué es lo que hemos hecho hasta hoy para recuperar y salvaguardar la totalidad de su obra creativa?

La cultura de este país está forjada en gran medida por sus artistas. Chabuca Granda es una columna inquebrantable sobre la cual se ha edificado el prestigio musical de nuestro país en el exterior. Los peruanos le debemos un monumento de gratitud: comencemos a construirlo respetando su legado artístico, parte de nuestra historia pasada y presente y, por cierto, valioso patrimonio nuestro que tenemos la obligación de preservar, como ejemplo e inspiración para las generaciones futuras. Chabuca Granda, de auténtica alcurnia limeña, simboliza ese orgullo por lo nuestro que no debemos ni podemos perder.

LOS CARNAVALES EN LIMA

Lima celebraba carnavales desde tiempos muy remotos. Desde los turbulentos años veinte, ya había pomposos bailes de disfraces, y carros alegóricos en las calles, ocupados por reinas de belleza.

En las casas de familia practicabanse el juego de agua o los ataques con pintura de colores, batallas de flores, agua y papel picado. Se usaban los chisguetes de éter, los que más tarde serían prohibidos, serpentina, y antifaces. Pero esto contrastaba con los juegos más populares y hasta lumpenescos de los barrios de «abajo el puente» de la Lima de entonces. Los alcaldes prohibían los juegos con agua y permitían sólo el carnaval seco, para tratar de evitar que los más aventados se den el placer y la osadía de bañar a una encopetada dama o un almidonado señorito delante de todo el mundo. Esto originaba airadas crónicas entre los vecinos más eruditos de la ciudad, quienes pedían un poco más de cordura en el carnaval.

Los desmanes del carnaval de los años 30 habían recrudecido con el advenimiento de la matachola, con la cual se aporrazeaba a la víctima sin piedad. Por eso las autoridades recomendaban celebrar el carnaval «sin originar molestias a los vecinos». También se celebraba la llegada del Ño Carnavalón, costumbre que ya se ha perdido en Lima. A su paso recrudecía el juego de agua, barro, aguas negras, betún para zapatos y hasta piedras. En tiempos de Manuel Prado, se declaró prohibido el juego del carnaval en las calles e inclusive se declaró días laborables al lunes y martes después del domingo de carnaval. Esto, sin embargo, no fue sorpresa para los limeños quienes ya habían sido advertidos por las autoridades muchas veces.

Luego de varias décadas, se continuaba celebrando con carnaval seco y fiestas de disfraces. Los carnavales retomaban su lujo y esplendor, y en la fecha central, Lima se precipitaba a ver el desfile de selectas damitas que desfilaban en el corso mientras la gente les echaba pétalos de flores al pasar. «Nadie se atrevía a echar un balde de agua».

Pero los tiempos fueron cambiando y Lima sobrevivía al caos de dictaduras, recesiones e incipiente libertad política. En este marco social, tanto la aristrocacia limeña, como los callejones «de un sólo caño», encontraron el escenario perfecto para volver a imponer, a lo disimulado, la costumbre del juego de agua en las calles.

Hasta el año de 1958, en que la violencia del carnaval tuvo su máxima expresión y acabó en tragedia. Los servicios se detuvieron, nadie quería salir por miedo a las turbas callejeras, que atacaban a los transeúntes con matacholas, piedras o palos. La respuesta del Gobierno no se hizo esperar. El entonces presidente, Manuel Prado, con Decreto Supremo N. 348, ordenó se suprima todo juego de carnaval en todo el territorio de la república a partir del año 1959

LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES DEL CRIOLLISMO

MONSERRATE

Monserrate es el barrio del Señor de los Milagros y del Cuartel Primero. Fue cuna de criollismo gracias a Pedro A. Bocanegra y los hermanos Govea, cantores de principios de siglo que animaban las jaranas de ese barrio. Posteriormente recibiò la visita de otros criollos como Lucho de la Cuba y Juan Criado, el «arquero cantor». Por la actual iglesia de San Sebastiàn, la jarana se hacìa en una casa llamada «La Chocholì con piano» y en ella se ubicaban los centros musicales Uniòn y Bocanegra. Otro sìmbolo de Monserrate fue el maestro de mùsica Josè Sabas Libornio, de origen filipino, director de las Bandas de Mùsicos del Ejèrcito, que resultò de gran importancia en los inicios de la mùsica criolla a principios de siglo.

BARRIOS ALTOS Y «LA PEÑA HORADADA»

Cinco Esquinas es otro de los puntos claves en la historia de la mùsica criolla limeña. De Barrios Altos surgieron dos representantes mayores de criollismo galano y jaranero: Felipe Pinglo y Pablo Casas Padilla, este ùltimo autor de dos grandes valses como «Olga» y «Anita». Habìa un grupò de criollos llamado «La Volante de Cinco Esquinas» que protagonizaban las jaranas en los alrededores del jiròn Huari y del Puente Balta. Pinglo ha retratado muy bien, en su vals «De vuelta al barrio», ese paisaje barrioaltino poètico y colorido: los picarones de la abuela Isabel, los picantes de doña Luz y el almacèn del italiano. Y del barrio las Carrozas, aquèl del famoso delincuente «Tatàn».

RÌMAC Y MALAMBO

Abajo del puente tambièn tiene su historial criollo, especialmente en la zona de Malambo (hoy calle Francisco Pizarro). Malambo de los hermanos Ascuez y de los Sancho Dàvila fue zona de negros y de valientes, asì como de jaranas interminables.

Segùn Aurelio Collantes, el màs destacado de los cronistas de la mùsica criolla de Lima, el Rìmac (màs conocido como «Abajo el Puente») fue zona de grandes jaranas protagonizadas por un duo antiguo llamado Gariboto-Bancalary, por las voces de los hermanos Andrade y la de don Julio Vargas. Consigna tambièn Collantes la fama de la zamba Catalina Herbozo, cantante y guitarrista de la pulperìa rimense «La Mariposa» solìa cantar el valse «Idolo».

LA VICTORIA

Dos templos del criollismo limeño se alzan en el populoso distrito de La Victoria: el callejòn del Buque y la Peña de la Valentina. La segunda fue creaciòn de la Valentina Barrionuevo de Arteaga, reina de la fiesta victoriana y esposa de otro gran jaranista limeño, el «Manchao» Arteaga. El Buque, ubicado en la calle Luna Pizarro, fue testigo de bulliciosas jaranas organizadas por las familias negras, todas fanàticas del club Alianza Lima y de la mazamorra morada. La Peña Valentina, de màs reciente data, aùn abre sus puertas en la cuadra nueve de la avenida Iquitos. Es cèlebre por haber promovido la apariciòn de nuevos exponentes del canto y bailes negros del Perù.

Tras la muerte de Valentina, su hija, Norma Arteaga, continùa la tradiciòn familiar y organiza anualmente del premio màximo que se concede a las exponentes del baile afrolimeño: «La Valentina de Oro», galardòn que ahora es disputado por candidatas de diferente color y estrato. Es decir, el landò y el festejo ya no son expesiones exclusivas de bailarinas negras.

Libro: PASEOS POR LA CIUDAD Y SU HISTORIA.

Editora: Diario Expreso

ENVIADO POR: CECILIA NUÑEZ

SEMANA SANTA EN LA LIMA ANTIGUA

La Semana Santa es una festividad religiosa en que la Iglesia recuerda el Sacrificio del Hijo de Dios para la Redención de la Humanidad. 

Con la llegada de los españoles al Perú, esta costumbre, al igual que muchas otras, se trasladó al Perú y caló muy pronto en el espíritu del hombre andino, no sólo asimilándola sino también dándole un sabor muy característico, ejemplo de ello son las diferentes manifestaciones de estas fiestas en todo el territorio.

En el caso de Lima, las celebraciones se llevaban por todo lo alto y se preparaban desde el Miércoles de Ceniza que marcaba el fin de los tres días de desenfreno de los Carnavales y el inicio de un periodo de arrepentimiento y ayuno: la Cuaresma, ocasión para múltiples procesiones y manifestaciones de piedad cristiana, como la procesión de la Penitencia de Cuaresma que salía de Santo Domingo o la procesión de la Amargura, que incluso sirvió para denominar así a todo el actual Jr. Camaná, en cuyos paredones de su última cuadra -hacia la Recoleta- estaban pintados los pasos de la Pasión.

Domingo de Ramos

El Domingo de Ramos, en la Lima de antaño, se efectuaba una muy popular procesión, con la que se daba inicio a la Semana Santa propiamente dicha. Esta procesión salía entre las 5 y 6 de la tarde, muy pintoresca no sólo por sus bellos motivos religiosos, sino también por la gran cantidad de gente que la acompañaba: en un anda iba Jesús montado en burro, con sus apóstoles y Zaqueo trepado en una palma; en otra, la Virgen Dolorosa con el corazón traspasado por siete puñales de plata. 

El vestido de Zaqueo llamaba la atención, pues cada año cambiaba de ropaje: marino, militar, diplomático, bombero, seminarista, torero, o algún personaje de actualidad. La misma curiosidad despertaba la burrita, finamente enjaezada; cuentan de ella que venía sola desde su potrero a pararse frente a la iglesia a que la preparen para tan solemne acto.

Desde la mañana acudía la gente a misa también llamada de Ramos, por las muchas flores que cubrían los altares y porque se regalaban ramitas de palma y olivo bendecidas, las cuales servían para seguir la procesión. Era familiar también los pregones de los cholos de Corongo, que ofrecían sus golosinas en su media lengua de castellano y quechua, causando gran alboroto en la chiquillada: al buen pan de dulce de regalo; uva blanca, zambita y mollarita, pera-perilla, lúcuma y helados de leche, piña.

La Banda de la Artillería llegaba del cuartel para acompañar la procesión, que anunciaba su salida con repiques de campana y cohetes. Gran revuelo y general contento.

El tráfico de coches y tranvías quedaba suspendido. En la Plaza Mayor se sentía el fervor religioso que desbordaba entre las miles de personas ubicadas, desde horas antes, en los portales y balcones, en la desembocadura del Callejón de Petateros y en el atrio de la Catedral. En los balcones encajonados del antiguo Palacio aparecía el Presidente, sus familiares, edecanes y Ministros, mientras que los mayordomos salían a vaciar sobre las andas grandes azafates de jazmines y azucenas. 

En las bocacalles de la Plaza, carruajes descubiertos de familias adineradas; negras sahumadoras saturaban el ambiente con humo del incienso; los niños querían ver el traje de Zaqueo y sus padres los subían a sus hombros. La vuelta alrededor de la Plaza se hacía dentro de un marco de esplendor formado por luces que se destacaban por todos lados, rutilando al compás de la música. En los balcones del anterior Palacio Arzobispal aparecía el Arzobispo rodeado de canónigos, para impartir la bendición episcopal.

De regreso al templo, las dos andas escuchaban junto con la multitud que abarrotaba la iglesia, el laudamus de rigor y la concurrencia se retiraba a sus casas por lo general más allá de las diez de la noche.

SEMANA SANTA

Así amanecía el lunes, primer día conmemorativo de Pasión y Muerte, cuando Cristo empezaba a padecer y en los corazones de los Cristianos se acababan las alegrías dejadas por las flores y palmas del Domingo. El amor y temor de Dios era tal que la mayoría de los hogares se entregaba al más místico recogimiento. En ninguno, por más pobre que fuere, faltaba la repisa con el Crucifijo o la Virgen velándose, delante de la cual se rezaba el rosario día y noche. 

Hasta los más palomillas se sabían al dedillo los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos con sus letanías, padrenuestros y avemarías consiguientes. Toda la semana, a la hora en que el Ángel del Señor anunció a María, los muchachos se sentaban por lo general alrededor de una de las abuelas con misal y rosario en ambas manos, para iniciar el rezo. En seguida del rosario, el lunes la explicación sobre el Paso de la Cena; el martes la Oración del Huerto, y el miércoles la Prisión.

JUEVES SANTO

El jueves, estos ejercicios tomaban un cariz más solemne. Se celebraba la última misa de Pasión y había que confesarse y comulgar obligatoriamente. Después, chocolate con pan de dulce para el desayuno y de ahí hasta el almuerzo, que consistía por lo común, según cuentan los antiguos, en una buena sopa de yuyos con bonito. En este día, también a partir de las doce, cambiaba por completo el aspecto de la ciudad: teatros y cantinas cerrados, tránsito paralizado, los trenes no tocaban pitos ni campanas, no se escuchaban ruidos de ninguna clase.

Acabado el almuerzo, se salía a visitar las Siete Estaciones: la gente luciendo sus mejores ropas negras en señal de duelo, lo hacía hasta altas horas de la noche. Las mujeres de mantilla y sin adornos. De regreso a casa, el rosario y la explicación dolorida del paso de Jesús por la calle de Amargura camino al Calvario.

También se solía llevar a lo niños a la Plaza Mayor a ver la Formación de Semana Santa que duraba todo el tiempo de los Oficios Divinos de la Catedral, en los cuales el Arzobispo oficiaba acompañado por los canónigos. Concurrían como hoy, el Presidente, los Ministros, Vocales de las Cortes, funcionarios públicos, con ligeras variantes.

Era de ver al Ejército dispuesto en las cuatro alas, con sus cañones y ametralladoras relucientes, uniforme de gala con pompón y luto al brazo, rindiendo honores al Altísimo. En el desfile final, los soldados marchaban con el estandarte cubierto de negro crespón y con los rifles a la funerala, apuntando al suelo.

En Palacio Arzobispal, a las doce del jueves eran llevados 12 ciegos mendicantes a quienes el Arzobispo les lavaba los pies en una palangana de plata, como lo hizo Jesús con sus discípulos. Acto seguido pasaban al comedor donde el mitrado almorzaba con ellos, igual también que Jesús con sus apóstoles en la Cena postrera, un gran plato de bacalao.

En Palacio de Gobierno también había almuerzo presidencial los jueves y viernes santos, después de los Oficios en la Catedral. Cuando terminaba el almuerzo salía el presidente a visitar las Estaciones a pie, acompañado de ministros, edecanes y otros funcionarios. Una compañía del Regimiento Escolta, con banda de músicos, marchaba detrás de la comitiva.

Según se cuenta, allá por 1906, en la época del presidente José Pardo, se sirvió uno de esos almuerzos, cuyo menú fue confeccionado por monjas de conventos famosos: cebiche de corvina, por Santa Clara; chupe a la limeña, por la Concepción; arroz con conchas atamalado; por Santa Catalina y torrejitas, el cronista no recuerda de qué, por la Encarnación. Dulces y frutas al escoger, rociado por discreta cantidad de vino.

VIERNES SANTO

El viernes, mayor solemnidad. Ayuno forzoso en todos los hogares; el pescado subía de precio y carne no se veía en los mercados sino para enfermos con licencia del cura. Otra vez sopa de yuyos o chupe cimarrón. En la tarde, Sermón de las Tres Horas y luego la famosa procesión del Santo Sepulcro, que salía de la Basílica del Rosario, en Santo Domingo, bajo la dirección de la Archicofradía conocida con el nombre de la “Vela Verde”. Este era otro de los momentos de mayor atracción, en especial para gentes de etiqueta, pero sin el resplandor popular del Domingo de Ramos. Recorrido siempre por las calles adyacentes a la Plaza Mayor, regresando a su templo ya de noche.

La explicación evangélica abarcaba la flagelación, la Cruz a cuestas, la crucifixión y la agonía y muerte de Jesús. Pobre de aquel muchacho que se atreviese a juguetear, a regañar o a hablar fuerte siquiera.

SÁBADO SANTO

El sábado olía a gloria desde que salía el sol. Todos se acostaban la víspera pensando en la gran misa de ese día que se celebraba a las diez. La iglesia de San Pedro era la más concurrida por fieles de las diversas clases sociales. Los altares presentaban sus imágenes engalanadas con múltiples y olorosas flores.

Finalizada la misa, el grito de gloria se lanzaba a los cuatro vientos por el repique de campanas, cohetes, camaretazos y hasta disparos de armas de fuego, alegrados por la música de las bandas militares que duraban varias horas, mientras que en las puertas de los templos se repartía agua bendita. La ciudad nuevamente volvía al bullicio característico. El menú casero variaba, con la reaparición de la carne después de dos días de suspensión: se servía el sempiterno sancochado en el almuerzo (una taza de caldo sustancioso, espesado con arroz y garbanzos bien cocidos, rajitas de pan frito y aderezo de perejil, cebolla y ají verde bien picaditos y entremezclados, luego un buen pedazo de pecho o cadera, media yuca, un camote entero, col, zanahoria, pellejo de chancho y su trocito de cecina; un pan de los llamados cemita y de postre un plátano de la isla y su porción de ranfañote).

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Luego, a dormir temprano para levantarse el domingo a la Misa de Resurrección de las 4 de la mañana en San Francisco, que concluía con la Procesión del Señor Resucitado precedido de San Juan Evangelista. Buena parte de los asistentes a la procesión, que servía además como refugio a los trasnochadores, se iba por las calles de Lima en busca de buen desayuno, apuntando las narices hacia los sitios donde más rico olor a tamales y chicharrones despedía y que quedaban en las calles Santo Toribio (2a. de Lampa), Arzobispo (2a. de Junín), Polvos Azules (Jr. Santa) y Pescante (1a. de Camaná). Sobre todo esta última, famosa por sus cocinerías criollas, siempre llenas de comensales alegres y aficionados al buen plato y a la chicha. Atraía también su infaltable música jaranera. 

Así era una Semana Santa en la Lima de inicios del siglo XX. 

Los 90 años de Lorenzo Humberto Sotomayor

Lorenzo Humberto Sotomayor Lishner, notable pianista, autor y compositor, nació el 10 de agosto de 1915 en Lima. Hijo de José Francisco Sotomayor, natural de Lima, y Leonor Lishner, natural de Cajamarca, estudió en el colegio de los Hermanos Maristas del Callao (Colegio San José), luego pasaría al Colegio Guadalupe a terminar la secundaria. 
La música lo envolvió tanto que decidió abandonar sus estudios de letras en la universidad. Dirigió el conjunto «Los Chalanes del Perú» por los años 40’s, el cual estaba integrado por Gonzalo Barr, Manuel Campos, Ernesto Samamé, José Ladd, Samuel Herrera y Lorenzo Humberto Sotomayor en el piano.
En el año de 1945 compuso el vals «Corazón», el cual se convertiría en uno de los temas clásicos de nuestro cancionero criollo. Jesús Vásquez hizo una grabación memorable de «Corazón» con el acompañamiento, en el piano, de Lorenzo Humberto Sotomayor, siendo hasta ahora una de las canciones preferidas del repertorio de Jesús Vásquez.
El periodista Alex Hartley Sotomayor en el artículo «Una vida dedicada a la música peruana», publicado en el diario «El Comercio» de Lima el 11 de agosto de 2000, recogió la historia del hermoso vals «Corazón» del mismo compositor a quien había entrevistado: «Un día mi señora se encontraba muy grave de los nervios, allá por 1945, y salí del hospital con un amigo, para tomar un café mientras a mi mujer la operaban. Mi amigo me dijo: ‘Lorenzo, hay que mirar hacia delante, hay que reír’, y yo le contesté, ‘Reír, quién habla de reír…’ que es como comienza la letra de la canción. En ese momento tomé una servilleta y empecé a escribir. Después de unos días, cuando mi esposa ya estaba recuperada, escribí la música. Fue inspiración del momento.»
«Corazón» es una canción que varias generaciones de intérpretes la han cantado. Del mismo modo, son varias las generaciones que han sentido, vivido y su corazón se ha acelerado al escuchar la letra y melodía de tan hermoso vals que enriqueció, aún más, a nuestra música criolla.
A Lorenzo Humberto Sotomayor le pertenece, también, los valses: «Si me amaras», «Cariño mío», «Burla», «El solitario», «Pasión», «Lima de mis amores», «Mi tesoro» y «Mi pena». Con el músico argentino Rodolfo Coltrinari compuso «Un vals y un recuerdo», que sirvió para inmortalizar al intérprete Néstor Chocobar.
Don Lorenzo Humberto Sotomayor vive en el distrito de Santiago de Surco, en Lima, pero sus 90 años los recibirá en el Hospital Rebagliati donde se encuentra internado hace más de una semana por problemas de salud. De todas maneras, la APDAYC le rendirá un homenaje por sus 90 años, de los cuales la mayor parte los ha dedicado a engrandecer la música peruana. Su vals «Corazón», tan igual como en su aparición, sigue haciendo que nuestros corazones aumenten su palpitar y que los recuerdos invadan nuestra memoria.
CORAZÓN 
(Vals Peruano)
Letra y Música: Lorenzo Humberto Sotomayor

Reír…

¡quién habla de reír!
si en la vida todo es
sólo sufrir, sólo llorar.
Creer…
en la felicidad,
sólo es un sueño loco,
imposible realidad.
Lo digo,
porque todo para mí
fue angustia y penar.
Lo digo,
porque nunca en mi vivir
tuve felicidad.
Gozar…
jamás pude en la vida,
pues ella siempre ha sido
perseguida por el mal.

Corazón,
¡hasta cuándo estás sufriendo,
hasta cuándo estás llorando,
hasta cuándo corazón!

Yo confío que ésta ha sido
una prueba corazón,
una de las tantas pruebas
que nos suele mandar Dios.

Corazón,
ya bastante hemos sufrido,
ya la vida nos ha dado
muchos golpes, corazón.

Y confío que algún día
no habrá más fatalidad
y ese día gozaremos corazón.

Dario Mejia
Melbourne, Australia

RELATO: NOTAS DE UN CONCIERTO

Un festival de música criolla no es noticia para la prensa local, que parece más interesada en que figurita de T.V. estrena nuevo físico. Ante su ausencia, el homenaje a los 12 años en la música de Jorge Luis Jasso, fue un excelente espectáculo para un público numeroso. Jasso, Los Hermanos Santa Cruz, Pepe Vásquez, Ernesto Pimentel, Cecilia Barraza y el ballet de danzas Expresión Folklórica, armaron la jarana.

La tarde caía cuando Los Hermanos Santa Cruz subieron al escenario. Enternados, arrancaron con “Y se llama Perú”. Su participación fue muy divertida, jugaron en el escenario, representaron las canciones. “Hemos lanzado nuestro disco y hoy hacemos otro lanzamiento”, dijo uno de los hermanos y lanzó un disco al público. Los cajones retumbaron, mientras los hermanos cantaban: “ese ritmo de negro, ese ritmo sabroso, ese ritmo festejo aquí”. Festejo final para una noche que recién empezaba.

Dos negros bajaron del escenario y subió otro, que pesaba por los dos. Pepe Vásquez y su habitual show. Sin embargo, la gente lo quiere así, pues en realidad el público criollo es muy conservador. Sudó la gota (super) gorda y elevó aún más la temperatura del recinto. En un momento de su actuación, invitó a Leticia Curay. Muy tímida ella, esperaba siempre una venia de Pepe para acercarse.

Sin esperar más, como si se tratase de un nuevo cantante, en medio del espectáculo, subió Jorge Luis Jasso, elegantemente vestido. “Hoy comparto estos doce años, agradeciendo a nuestros artistas y compositores. Pido un aplauso para nuestra música, y para quienes han construido esta historia hermosa”, fue lo primero que dijo un generoso Jasso. Luego recordó sus inicios y en honor a ese recuerdo, interpretó clásicos como “Corazón” o “Cariño Malo”. A continuación, su aguda voz se elevó por los aires para interpretar temas propios.

Ernesto Pimentel, amigo de Jorge Luis desde la época en que estudiaban teatro, cantó algunos temas clásicos. Lo más resaltante de su participación fue la simpatía que le mostró el público. Luego apareció en escena, Cecilia Barraza de negro y pequeñita, pero de chispa grande. Provocó a los hombres (“¿hay alguno aquí?”), se quitó los zapatos para bailar, encantó a la audiencia y bajó rápido.

Es necesario resaltar la participación del conjunto musical que acompañó a todos los artistas, ¡qué tal vitalidad, no paraban nunca! Y, por supuesto, hay que mencionar a Expresión Folklórica, conjunto que presentó diversas danzas del Perú, demostrando versatilidad y derrochando gracia.

El capítulo final, fue la vuelta al escenario de J. L. Jasso. Invitó a Cecilia a cantar juntos “Alma, Corazón y Vida”. El público vibró. A Jasso, no se le escapó ninguna…como buen piurano que es, se puso el poncho y el sombrero y cerró con un tondero, con sus padres y representante organizador del espectáculo Pepe Polanco en el escenario. Acabó echado en el escenario entre aplausos del rendido auditorio . Luego él aplaudió. La faena del delgado matador había concluido. Y la noche cubrió ya.

Texto y fotos: Wili Jiménez Torres

Homenaje a Carmencita Lara en el dia de la Mujer

Al principio de los años 60, ya florecía y con mucho éxito, la incomparable y única en su estiloCarmen-cita Lara, su  voz inigualable, de niña hecha mujer, cantaba junto a su esposo Víctor Lara, bellas canciones, tanto criollas como Huaynos y Marineras, son comparables los dos estilos pronunciados del vals peruano, el Limeño y el Norteño, los cuales eran ambos magistralmente cantados por esta artista de sabor norteño- nostálgico, su virtud está en el sentimiento que ponía al cantarlas, las cuales además tenían un profundo valor musical.

Seamos justos con ella, tenía gran impacto y aceptación, nuestra Carmencita Lara, cada canción que entonaba se convertía en hits de primera clase, ella decía: «Idolo tú eres mi amor, prestame tus armonías y aunque llores de dolor no serán como las mías», otras veces cantaba «Cuando era joven nunca me olvido, vivía en un rancho bajo un sausal, y de sus ramas colgaba un nido y allí cantaba siempre un zorzal» Ah….que épocas aquellas, cuantas veces dimos serenatas con sus canciones..Y cuantas veces nos enamoramos con esos cantos de profunda inspiración, era agradable escuchar su voz, muy bien timbrada, voz que llegaba al público Peruano e Internacional, sin reservas, Carmencita Lara se entregaba completa, al público y a sus canciones.

Por supuesto: Don Víctor Lara, era su arreglista y sentimentalmente, se le ligaba también con la intérprete él además conducía hábilmente el marco musical que secunda a la gran diva peruana.

Ella cantaba así: » soy peruana, soy limeña, caramba, soy la flor de la canela, a los pobres y a los ricos, les da vuelta el corazón, cuando oyen cantar sus coplas con guitarra y cajón».

Entonces me pregunto: «¿Dónde está ahora Carmencita Lara?». ¿Saben?….aún, cuando yo vivía en Lima, jamás vi a Carmencita en la televisión, ni siquiera sus fotos eran publicadas, eso es injusto, porque si nos gozábamos con sus interpretaciones, deberíamos darle también a ella, su lugar preferencial, el que a ella le pertenece, ¿no lo creen Ustedes?

No quiero terminar sin mencionar algunas frases que ella al cantar decía : Al son de Guitarras Peruanas, castañuelas, panderetas y palillo, la linda mujer peruana demuestra su gracia que de España heredó, al pasear por la Alameda, demostrando su garbo al caminar, se escuchan los «Oles» por doquier….etc.

Por esto y por mucho más, yo propongo un cariñoso saludo a Carmencita Lara por el día de la mujer, ya que ella es un digno ejemplo de la mujer peruana , y nuestra gran intérprete Nacional.

 

 Por: Gerardo Rehuel Sanchez.