Rómulo Varillas era chalaco. En alguna ocasión confesó haber nacido en 1922. Sus padres -Domingo Varillas Oliva y Margarita Talariñas Zavala- vivieron primero en la no muy pacífica calle Loreto, donde transitar no era prudente ni de día ni, menos aún, de noche. Quizá por eso se trasladaron con sus numerosos hijos, entre ellos Rómulo, a la calle Guatemala, arteria ya desaparecida, que con México y, al frente, Moquegua, formaban parte del Callao antiguo. Todo el barrio desaparecería barrido por los bulldozer, para abrir la actual avenida Dos de Mayo.
Entre los Varillas, que fueron numerosos, aparte de Rómulo, destacaron Ramón y Aurora, quienes allá por 1954 ó 1955 actuaban con el nombre de «Los Hermanos Varillas». Cantaban bien, pero no persistieron y su éxito fue breve y fugaz.
Rumbo al sur
Un día desapareció de los escenarios limeños y se fue a Tacna. Ya no era un ídolo como antes. Ya sus horas de triunfo, de popularidad, comenzaban a esfumarse. Sólo lo escuchaban los viejos y aquellos que, sin serlo, lo recordaban como algo «histórico». Esa era la verdad y hay que decirla. Parece que en Tacna no le fue bien o no pudo situarse como él quería, como eran sus pretensiones. Cruzó la frontera y cuando desarrollaba su existencia en Arica, al parecer con el sosiego que él tanto buscaba, un derrame cerebral lo inmovilizó para el resto de sus días.
De «Los Embajadores Criollos» no quedaba nada. La armonía con sus compañeros de trabajo duró poquísimos años. La fama del conjunto quebró la estrecha amistad de otros tiempos, y la camaradería de quienes habían conocido la angustia económica, cuando nadie se acercaba a ellos, terminó por hacerse añicos.
El Pirata
Mucho se ha hablado del triste final de Varillas: enfermo, olvidado y sin dinero. Lo que hizo o no hizo con lo que ganó -jaranas, trago, mujeres, joyas- eso fue asunto de él.
Rómulo Varillas tiene el mérito de haber abierto el camino a otros conjuntos. Fue una especie de explorador que abrió trocha en un medio difícil, reacio a valorar lo nuestro. El, con sus «Embajadores Criollos», se impuso a fuerza de calidad, y logró que los que llegaron después fuesen también respetados en tiempo de presentación -radio o teatro- y, por supuesto, honorarios profesionales. Jamás «Los Embajadores Criollos» fueron número de relleno.
Cuando ellos eran puro éxito, cuando ellos eran ovacionados y admirados, surgieron -siguiendo su sombra- «Los Troveros Criollos», «Los Cholos», «Los Hermanos Dávalos» y otros.