HABLEMOS DE LIMA

por::José Mendoza

Corrientemente se ha considerado que el nombre de Lima fue corrupción española del nombre quechua de su Río: Rímac. Esta voz indígena, ya fundada la ciudad y en virtud de la ley del menor esfuerzo, con el correr de los años, se habría suavizado, trocándose la ere inicial en ele y suprimiendo luego el uso de la letra final, un tanto ruda.

Los conquistadores y sus descendientes, -según la teoría-, acabaron con el tiempo pronunciando Lima en vez de Rímac, tras transferir la denominación a la capital que había surgido con el orgulloso nombre de Los reyes. La tesis parecía aceptable, pero cierta vez no dejó de llamarnos la atención el hecho de que un culto conquistador, Alonso Enríquez de Guzmán, hablara en 1535 «del pueblo de Lima»; y en más de una oportunidad. Con toda evidencia, siendo su crónica una obra tan fresca, no había mediado suficiente tiempo -deducíamos nosotros-, para que se deformara en labios cristianos, y de tal manera radical, una palabra indígena breve y sencilla. Las dudas aumentaron cuando nos fijamos en que su obra estaba escrita a modo de diario de viaje, o sea con tendencia al detalle. Aseveración, ésta, cuya importancia se acrecienta, -insistimos-, al recordar que don Alonso llegó a esta ciudad en septiembre de 1535, apenas unos pocos meses después de fundada la Ciudad de Los reyes: testimonio entonces de primer orden. Aun más, dado el espíritu curioso e inquieto del autor, con toda seguridad trató al cacique del lugar.

Nuestra vacilación fue peor, por último, al leer el título que él mismo dio a uno de sus capítulos: «Cómo partí de esta ciudad de Lima, en lengua de indios y de cristianos de los Reyes». Así pues, -según él-, los indios llamaban Lima a este sitio y no Rímac ni Rima. Hombre perspicaz, ese aventurero deudo de los reyes de España y Portugal, a su paso por estos lares dejó una descripción de lo que era en aquel momento la surgente capital; la cual aunque brevísima es la primera que se posee, sobre la urbe que años después y por mucho tiempo, habría de ser la señora del continente: «Los cristianos como digo aquí, tienen hechas las casas tierra, hechas de adobes pintados y cobertizados como en Castilla, y buenas huertas dentro de ellas».

En cuanto a la residencia del Gobernador Francisco Pizarro, contó que eran «grandes casas y palacios nuevamente hechos»; mezcla seguramente del solar extremeño y del palacete nativo. No está demás acotar que la ciudad por nueva, tenía ya un carácter peculiar: techos planos por ausencia de lluvias; cobertizos contra el Sol; profusión de adobes. Esteras y hamacas debían abundar. Aquellas casas y palacios «nuevamente hechos», revelan por otra parte, que desde un principio los conquistadores se hicieron sus propias mansiones. Actuaron pues, diferentemente de cómo lo habían hecho en otras comarcas del país, como en Cuzco, Cajamarca o Jauja, donde al inicio se contentaron con los palacios de los vencidos. Por otra parte, al lado de la nueva urbe, un pueblo de indios continuaba existiendo; el antiguo de Lima, modestísimo caserío de quincha, en torno a la residencia del curaca. Asiento aquel de un obscuro régulo que nada era al lado de los altivos caciques de Maranga, Surco y Carabayllo, opulentos señores de lo más y mejor del valle. Lugarejo al fin, el de Lima, tan discreto que en él no reparó Hernando de Pizarro ni su Veedor Miguel de Estete, durante la primera travesía hispánica por el valle del Rímac allá por enero de 1533.

Pero retornemos al nombre de nuestra capital. Lo antedicho por Enríquez de Guzmán se conjugaba con cuanto afirmó Bernabé Cobo en su «Fundación de Lima». Este asegura, claro que tardíamente, pero con más erudición que retraso, que a la Ciudad de los reyes «se llamaba también Lima, nombre que se le pegó del sitio y pueblo de indios en que se asentó, el cual es al presente mucho más común y usado que el primero». Cobo observó ya la variación del quechua en esta zona y dijo «no sólo nosotros -al quechua-, lo pronunciamos diferentemente que ellos, más también entre ellos mismos hay diferencia». Y menciona el jesuita, además de Lima, el caso de Lunahuaná, corrupción yunga Runahuanac. Agregaríamos nosotros Lurigancho de Hurinhuanchos, Limatambo de Rimactampu, Linche hoy Lince y Lurín de Huarín. Era la ele la letra favorita del quecha de esta faja marítima y en general del usado en gran parte del norte. Así mismo,conviene recalcar que otro sabio sacerdote, Martín de Morúa, a fines del XVI anota diferencias entre el río Rímac y el paraje o valle de Lima.

Por último, resta el testimonio reciente de Aurelio Miró Quesada quien en su «Costa, Sierra y Montaña», transcribiendo un documento de la conquista, saca a relucir que «el asiento del cacique de Lima» fue el que más agradó a quienes Francisco Pizarro encomendó la búsqueda de un sitio para fundar la nueva ciudad. También queda el acta misma de la fundación, fechada el 18 de enero de 1535, «en el dicho pueblo de Lima». Así pues, esa fundación en el pueblecito yunga de Lima y aunque entonces se recalcó solemnemente que se manda llamar «desde ahora para siempre jamás la ciudad de los reyes», a la postre primó el nombre nativo que a la vuelta de dos generaciones tomaron los nacidos en este suelo, ya fuesen indios, mestizos, españoles o negros. Por último, quizás la más valiosa de todas las pruebas. El dato de un cronista indio: Santa Cruz Pachacuti Yamqui. Este nos dice que al norte de Pachacámac, estaban los «pueblezuelos» de los «Limacyungas», que fueron conquistados por Pachacútec al retorno de su campaña contra los Chancas en Ancash.