OCTUBRE, MES DE TRADICIONES

Octubre, mes de tradiciones, trae muchos recuerdos a mi mente. Este mes se caracteriza por ser el mes del Señor de los Milagros, mes de toros, mes de los turrones, de la mazamorra morada, de la canción criolla y también de los terremotos. Esto último se debe a que han ocurrido algunos terremotos en el mes de Octubre casualmente y por ser este mes muy significativo para los peruanos, el temor popular empezó a relacionarlo como mes de terremotos.

Recuerdo que en el terremoto de Octubre del 74, me encontraba durmiendo cuando empezó el terremoto. En ese entonces vivía en una quinta donde al fondo teníamos un cuarto mis 3 hermanos y yo… el movimiento telúrico despertó a uno de mis hermanos y a mí y salimos corriendo hacia la puerta deteniéndonos allí y mirando como los demás vecinos y mis padres estaban en medio del patio de la quinta… “salgan del cuarto” nos gritaban… pero mi hermano y yo no nos movíamos de la puerta… y no era porque estabamos petrificados de miedo, sino porque estabamos tan sólo en calzoncillos.

La Procesión del Señor de los Milagros es una tradición y creencia religiosa peruana de más de 300 años. La imagen del Cristo de Pachacamilla es sacada en andas y la procesión recorre las calles de Lima durante varios días en el mes de octubre siendo cientos de miles los que acompañan al Cristo Moreno, habiéndose convertido en una de las manifestaciones religiosas más grandes del mundo. Octubre es conocido también como el «Mes Morado» ya que, especialmente en la ciudad de Lima, calles, casas y muchos lugares públicos son adornados con banderas y pancartas de dicho color. Muchas personas se visten con hábitos de color morado también, otros llevan una corbata o una cinta morada acompañada de un detente en el pecho y las camisetas del Alianza Lima, uno de los equipos más populares del Perú, se tiñen de morado durante todo el mes de octubre. Una vela de color morado es prendida en la mayoría de las casas en señal de homenaje a nuestro Cristo Moreno o Cristo de Pachacamilla.

Desde que tuve uso de razón hasta que me mudé de barrio pude apreciar la imagen del Señor desde muy cerca ya que el primer barrio popular que el Señor visitaba en su recorrido anual era los Barrios Altos donde nací… y si muy bien el Señor no entraba a mi calle, al menos pasaba por la esquina y echando una mirada de reojo hacia mi barrio me decía “ya te vi… deja de hacer diabluras”.

La Plaza de Acho de Lima se viste de gala a fines de octubre ya que se da inicio a la feria taurina más importante de Sudamérica donde toreros de diversas nacionalidades se disputan el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros. Entre orejas y rabos es el público el que decide con pañuelo blanco al aire quien es el que ofreció la mejor faena en las tardes taurinas, haciéndolo ganador de tan disputado Escapulario.

No es que sea un taurófilo, pero de niño me alegraba mucho cuando llegaba la temporada de toros. Es que mi antiguo barrio está ubicado a una distancia no muy lejana de la Plaza de Acho y como casi nadie tenía carro en mi antiguo barrio, entonces la calle se llenaba con los carros de los que asistían a las corridas de toros. Recuerdo muy bien que a todo aquel que tenía carro le decía “Mister” con tal de que me permitiera que le cuide el carro… esa fue la primera palabra en inglés que aprendí.

Cómo olvidar el sabor de los turrones de Doña Pepa, exquisito manjar que fue inventado por Doña Josefa Marmanillo, una mujer que vivía en un fundo algodonero en el Valle de Cañete y a quien todos cariñosamente la llamaban con el sobrenombre de “Doña Pepa”. Ella era una esclava que fue libertada por sufrir de una parálisis a los brazos y manos, pero que debido a su fe en el Cristo Morado se sanó mientras le imploraba por ayuda. En agradecimiento al Señor, elaboró un dulce muy delicioso que todos conocemos como el “Turrón de Doña Pepa”.

 
Un personaje de mi infancia viene a mi memoria, “El Moqueguano” o “Moque” como también lo llamabamos en los Barrios Altos. Moque recorría los colegios de los Barrios Altos vendiendo alfajores y también turrones cuando llegaba Octubre. Moque cargaba sus alfajores en una caja de madera con asa que él mismo se hizo y allí estaba a la salida del colegio vendiendo o cobrando a los que le fiaba. Su clásica adivinanza era lo que atraía mucho a los escolares… nunca pude acertar la cantidad de monedas que cogía en su mano y que uno tenía que adivinar para ganarse un alfajor gratis. Pienso que el Moqueguano es una tradición olvidada ya que no se le ha hecho justicia en nombrarlo como se le ha nombrado al vendedor de Revolución Caliente o al Molientero. En uno de mis viajes a Perú y visitando mi antiguo barrio pude volver a ver otra vez a Moque con su caminar rápido dirigiéndose como siempre a algún colegio a esperar la salida de los escolares.

La mazamorra morada es un postre infaltable en toda mesa limeña durante el mes de octubre. ¿Quién no habrá comido alguna vez un combinado de arroz con leche y mazamorra morada en los agachados?… Creo que eso forma parte de las tradiciones limeñas y de una Lima antigua que cada vez se va modernizando más.

«Quiero vida que comprendas que nuestro cariiiiño, es tan puro como el alma de inocente niño… que yo soy sólo de ti… que tú eres para mí… la vida, la luz y el amooorrrrr…» que hermoso vals cantado por el Zambo Cavero… «Sincera Confesión»… en este mes de la canción criolla, me gusta recordar y escribirle a mi Lima criolla y jaranera, al barrio donde nací y viví muchos años… a mis «Barrios Altos«, donde se iniciaron las peñas y jaranas criollas… donde no faltaba una voz melodiosa que al son de alguna guitarra y un cajón entonaban los valses de Felipe Pinglo, Chabuca Granda, Félix Pasache, Mario Cavagnaro o Augusto Polo Campos. Los viernes y sábados eran netamente criollos en Los Barrios Altos… aunque cuando se trataba de entonar un vals, cualquier día de la semana era igualmente bueno.

Esos valses que hacen cantar y bailar a los árboles y las bancas de la Plaza de Barranco y que los fines de semana despierta a nuestra Chabuca llevándola a bailar desde la Alameda hasta su Puente de los Suspiros.

Valses que llenaban el restaurante Rosita Rios en el Rímac, la Peña Felipe Pinglo en el Cercado de Lima, La Valentina en la Victoria o los Callejones de las calles Suspiro, Las Carrozas o de Las Cinco Esquinas en los Barrios Altos… lugares que eran los sitios predilectos de todo buen criollo, quien después de unos tragos y escuchar unas canciones se volvía hasta músico agarrando un par de cucharas y siguiendo el ritmo de las guitarras y el cajón entonar a voz llena Nuestro Secreto, Idolo, Anita, El Huerto de mi Amada, El Plebeyo, Mechita, Todos Vuelven, Alma Corazón y Vida, Cuando llora mi guitarra o ese segundo himno que tenemos los peruanos que se llama “La Flor de la Canela”.

Valses de antaño, con sabor a procesión del Señor de los Milagros donde los cánticos religiosos tienen visos de marinera limeña, haciendo bailar al Señor con la Virgen en su anda, ante los «¡Olé!» de una Plaza de Acho rebozante de un público ávido de toros y escapularios.

Valses que llevan el aroma de los picarones y los anticuchos de los puestos ambulantes de las noches en el Rímac, La Victoria o los Barrios Altos y que hacen que San Martín de Porres se quiera escapar de la iglesia para zapatear una jarana con Santa Rosa de Lima.

Valses que llegan al alma y que tienen el gusto de la mazamorra morada y el salero de la gente morena de La Victoria, haciendo bailar al hombre como si fuera un «Caballero de Fina Estampa», llevándolo después a un «Rompe y Raja» con su pareja, refrescando el ambiente como si fuese una «Brisa del Titicaca», despertando la gracia y la belleza de la mujer limeña que hace que el hombre porfíe por ganar, como buen “Don Porfirio”… terminando luego cantándolos al ritmo de los Hermanos Aguirre en el «Sachún».

Valses que nos hacen cantar… y una lágrima soltar cuando se escuchan a la distancia, ya que nos hacen recordar lo grande y maravilloso que es nuestro Perú y sus tradiciones.

Dario Mejia
Melbourne, Australia