A pesar de las transformaciones urbanas que sufrió la capital, ésta mantuvo hasta los primeros años del siglo pasado su conglomerado de barrios con algunos rasgos coloniales. Dentro de ese marco urbano, los callejones albergaron a la mayoría de limeños de bajos recursos económicos (generalmente de extracción obrera). Fue precisamente en esos estrechos recintos donde se empezaron a armar las primeras jaranas al compás de la música criolla, animadas por músicos no profesionales, los que cantaban y tocaban valses y polcas en medio de marineras, tristes y yaravíes, así como mazurcas y cuadrillas de moda.
Los cumpleaños, bautizos y matrimonios eran motivo suficiente para festejar con amigos y vecinos del barrio. Las celebraciones en honor a la imagen de algún santo católico, que algunos callejones guardaban en su interior, terminaban también, luego de las misas y las procesiones por el barrio, en grandes verbenas criollas. Y ni qué decir de las alegres fiestas que se realizaban durante los días de carnaval en los corredores de antaño.
La música criolla –según Carlos Santa Cruz– cobró tanta notoriedad entre las clases populares, que los “distintos barrios le imprimieron estilos ligeramente diferenciados”, luego de haber asimilado el valse vienés, que ingresó primero a las casas de la oligarquía y de las capas medias de la ciudad. Así, se podía distinguir, por ejemplo, la procedencia de los guitarristas por su manera de tocar o el barrio de origen de los cantantes por su forma de entonar la voz y por el ritmo que le daban a las canciones.
RITMOS POPULARES
La orquesta del pueblo, llamada así por algunos compositores de la Guardia Vieja, estuvo integrada mayormente por artesanos y obreros que no obtuvieron beneficios económicos por su labor artística. Por ello, no tuvieron interés en registrar oficialmente sus obras, muchas de las cuales perduran actualmente en calidad de anónimas (como El guardián, Tus ojitos, Brisas del mar).
Las canciones de la Guardia Vieja se aprendían directamente del compositor en los festejos sociales, adonde sólo acudían los familiares y los conocidos del barrio (recordemos que hasta entonces aún no se había masificado el uso del fonógrafo, el cine sonoro o la radio). Las canciones tampoco fueron registradas por medios gráficos, ya que la mayoría de los artistas no contaban con una preparación técnica ni formal para la composición musical.
PSICOANALISIS DEL VALSE
En la canción Amargura, de Laureano Martínez Smart, por ejemplo, se pone de relieve la sensación de sufrimiento cuando el protagonista lamenta que su felicidad haya concluido al ser adulto: “(…) muy tristemente voy por ahí delirante, soñando con la infancia que nunca volverá (…)”. Añade que está solo y no tiene a quien confiar de su pena y desesperación: “(…) Tan sólo mi guitarra me acompaña por el mundo, con ella las tristezas siempre suelo disipar (…)”.
Por su parte, la resignación ante las condiciones desfavorables queda de manifiesto en el valse Cruel destino. Allí el protagonista de la canción aparece manipulado por las fuerzas del destino: “(…) Es culpa del destino que separa el cariño que nació de nuestras vidas (…), confórmate si el destino lo depara (…), resígnate al destino amargo y cruento (…)”.
Años más tarde, entre 1920 y 1925, la música criolla entró en crisis al introducirse en el gusto popular por nuevas modas foráneas, como el tango, el jazz y el foxt-trotz, que hasta entonces no habían sido escuchados, pero que a raíz de la masificación de los modernos medios de difusión, como el fonógrafo, fueron asimilados con inusitada rapidez por los jóvenes de todas las condiciones sociales. Sin embargo, la generación de la Guardia Vieja había ya plasmado su estilo característico, con el que marcó una etapa en el desarrollo de la música criolla, y con ello, la base que permitió luego a la conocida generación de Pinglo enriquecer, variar y renovar nuestra música criolla.
Artículo escrito por: ROBERT MEDINA PECHO
***Fuente: http://www.editoraperu.com.pe/edc/02/06/27/cul4.htm