Libro: CHARLAS DE CAFÉ
Autor: Vicente González Montolivo
Jironear es un verbo de conjugación exclusivamente limeña. Sólo los limeños salíamos a jironear, aunque en los últimos años esto ha sido poco menos que imposible. Jironear era pasearse por el jirón de la Unión. Salir de compras al Centro, aunque no se tuviera con qué ni se comprase nada, constituía toda una fiesta cuyo clímax se alcanzaba de 7 a 9 de la noche en el «Jirón por excelencia». El único que adornaban con iluminación de colores para Navidad y Fiestas Patrias. Nadie entraba al «Jirón» si no estaba bien vestido y con sombrero. Era el paseo reglamentario para estrenar chuzos.
Bautizado como Jirón Unión, en homenaje a la conocida provincia de Arequipa, el uso y los años le han agregado el distintivo nobiliario (y muy arequipeño por cierto) del «de la» y ahora es el Jirón de la Unión, tal vez porque en él se unen o confluyen todos los jirones transversaleso, más bien, porque de él parten esos jirones. La calle más alegre de nuestra Lima Cuadrada y de la depositaria de su Flor y Nata.
Las chicas «en edad de emrecer» si no salían al Centro se quedaban a vestir santos. Y las madres consentían en estos paseitos por aquello de: «hay que exhibir la mercadería para que no se quede».
Las niñas armaban sus paquetitos en casa para simular que iban de tiendas y, aparentando mirar vitrinas recibían los piropos de todos aquellos que pululaban por allí. Contertulios permanentes del Jirón, se apostaban en los dinteles de las confiterías como la Fuente de Soda Castillo, o en las puertas de antiguas casas comerciales, famosas por la calidad de sus productos.
Era el Jirón una cale con vida propia y fulgurante. Allí funcionaba el Ministerio de Hacienda y junto a él, rodeando al monumento a don Ramón Castilla, se desparramaba la «Pampa del Hambre», con sus mesitas en la calle para que pudiesen tomar asiento y hasta café la legión de «indefinidos»: militares en retiro y empleados jubilados, a la espera del pago: pensión provisional o sueldos devengados. Cuando cobraban algo pasaban de la «Pampa al café Leons, que estaban al fondo, para comer más formalmente.
Al frente, la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced para los ruegos y arrepentimientos y más abajo, hacia la esquina de Baquijano, el Palais Concert, confitería de lujo, y reunión de intelectuales, que daban lustre al periodismo; y mentidero político del primer orden.
Por el «Jirón» se dirigían a Palacio los Embajadores con su disfraz de gala y en calezapara presentar sus credenciales. Por allí se hacían los «Desfiles» militares y el del Corso de carnaval. Hasta el Presidente cuando era «macho», salía a jironear. Ahora salen en el carro blindado y a toda viada. Salir del jirón era innecesario porque hasta se contaba con el más simpatico o íntimo de los teatros, el Campoamor, con sus largas temporadas a cargo de la Compañía de Emestina Zamorano y el Cholo Carlos Rebolledo. Cuando uno no estaba pije, prefería caminar por los jirones laterales, le daba vergüenza entrar al jirón.
Ahora es al revés: entrar al jirón es una vergüenza.Para algunos sociólogos el de ahora es el verdadero Jirón de la Unión: la unión de vivanderas, vendedores ambulantes, descachalandrados y maleantes. Hemos vuelto a los albores de la República, en que os bandoleros se aventuraban hasta la Plaza de Armas o se parapetaban en la Plaza de la Merced. Allí han sentado sus reales suerteros y picaroneras. Dicen que así es una síntesis del Perú.
Antes pasear por las noches era una obligación. Se cumplía el viejo precepto higiénico: después de almorzar, reposar y después de comer, pasear. Además era un pretexto para que las pollonas de entonces salieran en grupo a tomar aire y a encontrarse con su «peor es nada». Para el efecto los mocosos servíamos de «correo sin estampila» y a veces nos caía un propinón de a peseta o de cincuentón. Ahora las parejitas tienen que amartelarse por los rincones de los by-pass, pegadas a las paredes coco lapas. Ya no pueden pasear porque los jardines tienen rejas, en los parques solitarios los asaltan y como «atracos son atracos», el jovencito puede perder la vocación matrimonial de por vida. Lo más seguro es la calle. Ya no se trata del amor libre, sino del amor al aire libre.
Ya no hay «Jirón», ni parques, ni paseos. El de «Aguas» está definitivamente seco, el de los Descalzos, sin estatuas ni banquitas y el de las Flores, junto al Estadio, huele a choncholí.
Jironear fue un neologismo hermoso que tuvo vigencia, elegancia y esplendor, pero que murió antes de llegar al diccionario.
Cecilia Nuñez