Callejones, Leyendas e Historias de Faites

Algo que identificaba a la Lima de antaño eran los famosos callejones que eran solares habitados en su mayoría por la gente obrera de Lima y que en muchos casos datan desde la época colonial. En los callejones nacieron las jaranas criollas, allí se forjaron grandes guitarristas, compositores y cantantes que dieron lustre a nuestra música criolla. Al “Callejón de un solo caño” le compusieron hasta un vals y la gente que los habitaba era conocida por ser alegre, creativa, jaranera, pícara y con una “chispa” envidiable.
De los callejones salieron los vendedores de “revolución caliente”, los organilleros que hacían bailar a su monito y nos leían la suerte, los lecheros, los ropavejeros, las tamaleras, picaroneras, anticucheras, mazamorreras y demás vendedores que muchos de ellos están ya desaparecidos. Allí se forjaron los más guapos, los “mechadores”, los “faites” y, lamentablemente, también muchos delicuentes.
La mayor parte de callejones, solares o quintas eran y hasta ahora son de propiedad de la Beneficencia Pública de Lima. La Beneficencia nombraba una persona encargada que viviera en el callejón o solar para que las represente y sea quien les haga llegar las necesidades o problemas que allí ocurrían. La Beneficencia no le pagaba sueldo a esta persona, pero en retribución a sus servicios no le cobraba la renta por la vivienda que ocupaba. Esa debe ser la razón por la cual en algunos callejones le decían «misia» a la «portera» o encargada. Esto lo sé muy bien porque mi madre fue una de esas porteras a quien la Beneficencia nunca le pagó un sueldo, pero le otorgó en forma gratuita un cuarto al fondo de la quinta donde nací.

Desde que tuve uso de razón conocí a ese cuarto con el sobrenombre de «La Venganza». Nunca nadie pudo saber el origen de ese sobrenombre, pero «La Venganza» era lo más conocido y nombrado de mi antiguo barrio ya que allí dormíamos mis tres hermanos y yo. Un cuarto exclusivo de cuatro muchachos llamaba la atención en mi antiguo barrio, aparte que mis hermanos se encargaban de tejer y crear cuentos y leyendas en torno a nuestro cuarto que todo aquel que llegaba a poner un pie dentro de nuestro cuarto, pues se sentía como más importante o como si hubiese puesto un pie en la luna.

Las chicas de nuestro barrio escuchaban entusiasmadas las historias que mis hermanos contaban sobre “La Venganza”, y mis amigos junto a mis hermanas, se encargaban de realzar más esas historias despertando aún más el deseo y entusiasmo en las chicas por conocer la famosa Venganza. «La Venganza es dulce», al menos nuestro cuarto era el único tipo de venganza que si era dulce, es lo que mis hermanos siempre decían (yo soy el benjamín de la familia). Hasta crearon una especie de requisitos que tenía que cumplir cualquier chica que deseara conocer “La Venganza”, siendo muchas las que se morían por cumplir los requisitos y poner un pie en dichoso cuarto. Pero hasta donde yo sé, nunca ninguna chica (aparte de mis hermanas) puso un pie en ese cuarto mientras nosotros vivimos allí.

Mi infancia trancurrió entre callejones de Los Barrios Altos ya que los corredores eran de tierra aplanada y propicios para el juego de bolas, chapitas y trompo así que cuando en alguno de ellos no encontraba  muchachos con quienes jugar, pues me iba a otro callejón. Ya me había acostumbrado a que todos los días me den mi castigo con el «San Martín» (¿existirán todavía?) porque salía temprano de casa y regresaba por la noche a comer y dormir. Creo que a eso se debe mi pasión por los viajes.

Todavía existen callejones o quintas que son como otro barrio dentro del mismo barrio. En la calle «San Ildefonso», primera cuadra del Jr. Andahuaylas hay dos solares grandes. «El callejón del buque» en la calle «Suspiro» y otro callejón más que hay en esa calle son realmente algo increíble. Allí se armaban unas jaranas criollas donde acudían los criollos más renombrados de antaño. La calle Suspiro es una calle paralela al Jr. Huanta y viene a ser la primera cuadra del Jr. Cangallo que la encuentran cuando suben por el Jr. Junín, viniendo de la Av. Abancay, y pasan el Jr. Huanta, la siguiente calle hacia la izquierda es la calle Suspiro y en su intersección con el Jr. Junín estuvo por muchos años colocada una piedra grande que la conocían como «La Piedra del Diablo».

Cuentan que durante la época de la colonia se presentó el diablo en la calle “Suspiro” y atravezó la piedra aquella, razón por la cual esa piedra de aproximadamente un metro de alto tenía un hueco en el medio. La calle aquella fue pavimentada pero nadie se atrevió a remover la piedra de su lugar ya que se suponía era del diablo, así que nadie quería estar en pleito con él. Hace unos años, en uno de mis viajes a Lima, pude todavía ver a la piedra en su mismo lugar. Pero hace unos meses cuando estuve en Lima y el taxi se desvió del centro debido a una manifestación, pasamos por el Jr. Junín con el taxi así que quise mostrarle al taxista la famosa “Piedra del Diablo”, pero me pareció o tal vez la vista me falló, ya que no la vi. De repente el alcalde Andrade la removió sin saber la historia de esa piedra y por eso perdió las elecciones… quién le manda meterse con el diablo.

En la cuadra uno del Jr. Huanta hay una quinta muy conocida en todo Los Barrios Altos, la «Quinta Pinasco». Esa quinta es enorme y a diferencia de otras tiene dos pisos y creo que hasta tres ya que yo en realidad nunca la recorrí en forma completa, sólo parte de ella visité y por supuesto que me jaraneé allí ya de adolescente. En la Plaza Buenos Aires, junto al que era el cine «Conde de Lemos», que me parece que ya no es cine, está la «Quinta San José» que parece un pueblo dentro del barrio aquel y hasta tiene su cancha de fútbol dentro que cada vez que ibamos a jugar fútbol contra ellos, pues ibamos en grupo de no menos de 50… por si acaso.

Después en «Las Carrozas», cuadra uno del Jr. Huánuco, en los Jirones Maynas, Huari y en muchas partes de Los Barrios Altos todavía existen callejones y solares. Claro que uno de los lugares más tugurizados y que lamentablemente lo volvieron cuna y refugio de delicuentes es «La Huerta Perdida» donde sólo llegué hasta la puerta ya que de entrar allí si se podía entrar, pero nadie te aseguraba de que salías vivo.

El “Faite” era el guapetón que no le tenía miedo ni al Diablo. Los “faites” genuinos tenían hasta indumentaria propia, usaban sombrero suelto, americana cruzada, pantalón bombacho y eran dueños de todos los corazones que se alquilaban en la ciudad. Se tejieron muchas historias y leyendas alrededor de los “faites” y la más conocida es la del duelo a chaveta entre dos “faites” de inicios de los 1900s, “Carita” y “Tirifilo”.

La historia o mejor dicho leyenda del duelo entre «Carita» y «Tirifilo» la escuché de boca de otros cuando era niño. El duelo aquel entre dos de los delicuentes y «faites» más conocidos de esa época tuvo lugar en 1915, cerca a la «Estación de Desamparados», por los rieles del tren y teniendo cerca también al río Rímac. A dicho duelo asistieron hasta periodistas que fueron los que después narraron y convirtieron en leyenda dicha pelea. Un vals fue compuesto al respecto, «Sangre Criolla», y años más tarde, ese gran escritor como lo fue Ciro Alegría lo hizo conocer al mundo en su «Duelo de Caballeros».

Dario Mejia
Melbourne, Australia