La Palizada

Autor: Alejandro Ayarza «Karamanduca»
Versión cantada por Montes y Manrique
Somos los niños más conocidos

de esta noble y bella ciudad
somos los niños más engreidos
por nuestra propia sagacidad.
De las jaranas somos señores
que hacemos flores con el cajón
y si se ofrece tirar trompadas
también tenemos disposición.
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
yo no te la paso cholita
ni de raspadilla,
pásame la agüilla,

pásame la agüilla,
que se las educa
a la muchachada de Karamanduka.
Vengan copitas de licor fino
vengan copitas sin dilación,
venga ese rico cognac peruano
que vulgarmente llamamos ron.
Así pasamos horas contentos
con la guitarra, con el cajón
y así olvidemos los sufrimientos
con los vapores del rico ron.
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
que se las educa
a la muchachada de Karamanduka.
De las Chacritas todas las tardes
a Puerto Arturo, voy a parar,
a deleitarnos con el buen puro,
que don Silverio nos suele dar.
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
Pásame la agüilla,
que se las educa
a la muchachada de Karamanduka.
Para nosotros ya no hay trabajo
sino jaranas y deversión
y andamos siempre de arriba a abajo
cantando coplas por afición.
Nosotros somos «La Palizada»
más conocida de la ciudad
somos la gente más renombrada
por nuestra gracia y sagacidad.

 

Enviado por Walter Huambachano I.

Origen de la expresión «Palizada»

Por los años 1886 funcionó en Abajo el Puente ( hoy Rímac) en la calle Contradicción, en una finca de altos con vista al río, una «casa de tolerancia» acreditada por la calidad de sus pupilas, en la mayoría limeñas, de gran «trapío» y gentileza,  y bellas sin par.
Esta casa era regentaba por una hembra de rezagos de juvenil guapeza, llamada María Luisa, y más conocida por «La Tintorera», la cual tenía una hermoza hija, muy arrogante, de hermoso rostro, talle alto y esbelto; que a diario vestía con bata larga y blanca y un grueso cachiné rojo enroscado al cuello, parecía uno de esos afiches que simbolizan la Patria, posando sentada y con el pabellón nacional.
El ingenio travieso y forajido de la época acabó por bautizarla  con el alias «La Libertad Parada»
A este templo del amor concurrían los mejores partidarios del codo empinado, o de la copa, del baile y otras cosillas que no creo oportuno detallar, remitiéndome simplemente a la buena imaginación del lector.
Cierta noche en que una de éstas escenas hallábase en pleno auge, se produjo súbito un tumulto desconcertante en el salón, al sentirse los ruidos furibundos de uno de las más bravos y atronadores  repuntes del río Rímac, que por falta de defensas técnicas de aquel entonces, causaban daños considerables, pues sus aguas torrentosas arrastraban cuanto hallaban al paso, palos árboles, ramas, animales, muebles, grandes piedras, etc.
Todo quedó paralizado, baile, copas, y…etc. porque las ninfas, azoradas corrían sin soltarse del brazo de sus galanes; igualmente el vecindario se aglomeraba en las barandas del puente Balta y de Piedra.
Y, cuando la furia de las aguas ladrillosas del «Río Hablador», era de infundir miedo, porque amenazaban salirse del cauce, invadiéndolo todo, a la «Libertad Parada» se le ocurrió gritar a voz en cuello : «Vengan, corran, apúrense para que vean esta enormidad de palos que, atropellándolo todo, se meten en los cercos y en las chozas sin poder contenerlos. Si les digo que es una palizada furibunda y temible como no se ha visto nunca».
La palabra «palizada», un impromtu, sin ninguna intención, pero dicho con una sonrisa tan maliciosa, acompañada de miraditas de reojo a los… «que te dije…» fue acogida con hurras y aplausos y hasta hubieron copas por las mozas de trapío que adivinaron… «la tripa que traíase».
 
Y…colorín colorado… 

Enviado por Walter Huambachano Icaza